martes, 31 de julio de 2007

Ha muerto Ingmar Bergman

Otra vez me enfrento a la desgana para lanzar unas palabras al viento en memoria del fallecido Ingmar Bergman, que tan buenos ratos me ha hecho pasar. Era uno de mis cineastas favoritos; leí su autobiografía y he visto y repasado cinco películas suyas, El séptimo sello, Fresas salvajes, El manantial de la doncella, Gritos y susurros y Fanny y Alexander. Muchas de las otras no he podido soportarlas a causa de su pesadez teatraloide y su exceso de introspección; me pasa algo parecido con Dreyer, al que nunca he podido sufrir. Y es que a veces se pasa de rosca al hablar en serio, como suele hablar. Fanáticos profesionales de la hipocresía, los jesuitas disfrazaron y mutilaron su cine para engendrar otro Bergman, menos protestante; ahora podemos conocer El séptimo sello con todo su metraje; es una de las obras maestras de la historia del cine, y trata un tema que no suele ser abordado con profundidad ni este arte ni en los demás: la muerte, el momento inadjetivable que se halla escrito como fin de todas nuestras historias. Cada personaje personifica una actitud ante el hecho.
Era un gran escritor; como cuenta en su autobiografía, editada por Tusquets, esta película proviene de una pieza teatral suya, Pintura en madera; ya en su biografía se percibe que ante todo era un hombre de teatro, obsesionado con Strindberg, y alguien que se creaba sus propias normas. Licenciado en arte y literatura, de su vertiente pictórica algo queda en ese personaje que le encarna en El séptimo sello, el del pintor de la iglesia medieval que habla con el estoico escudero. Ateo confeso, después de pasar por la hipocresía protestante, terminó en un nihilismo desolado. Algunos de sus diálogos son sencillamente inolvidables, como cuando se le acerca la muerte al amanecer al caballero, que retorna de las Cruzadas desengañado:
-Espera, aguarda
-Eso decís todos
-¿Sabes jugar al ajedrez?
-¿Para qué quieres jugar conmigo?
-Eso corre de mi cuenta
-Sí, en efecto, soy un excelente jugador de ajedrez. ¿Cómo lo sabes?
-Lo he oído en canciones y lo he visto en pinturas
Se trata de un amanecer simbólico: el primer movimiento de la luz blanca contra la negra oscuridad. O este otro, entre caballero y escudero, tras haber visto este al pastor muerto, con las cuencas de los ojos vacías:
-¿Sabía el camino?
-Poco sabía.
-Algo te habrá dicho
-No habla
-¿Es mudo?
-No; yo diria que ha estado sobradamente elocuente. Pero su discurso ha sido lúgubre.
Como todos los genios, asumía la estética que necesitaba cada película: expresionista en El séptimo sello, surrealista y existencial en Fresas salvajes, naturalista o burguesa en sus otras películas. ¿Los iconos de Dios? El muñeco sin facciones que se desmorona en el sueño sin tiempo de Fresas salvajes, o el otro muñeco de carton piedra que deambula torpemente como un fantasmón por la casa de los judíos en Fanny y Alexander. Bien dice en su autobiografía que quien ha representado tanto teatro no puede creer en una farsa como esa, que tiene más historia que concepto. Y los fantasmas, claro está: siempre cambiando de cara, siempre poniendo zancadillas cuando surge la ilusión de la libertad. Victor Sjöstrom es, junto al agobiado profesor de Antony Asquith, mi jubilata perferido en los anales de la ficción. Y las ganas que me quedan: ver su primer guión, de carácter autobiográfico y filmado por otro y que causó una gran polémica por la visión que ofrece de la educación en Suecia, y ver también El huevo de la serpiente, donde describe su visión del nazismo, doctrina en la que se vio enfervorizado hasta que se enteró de los horrores que encubría. Hay muchos horrores en la biografía de Bergman, quien definía el matrimonio como una pasión sin amistad; no sólo la traumática relación que mantuvo con su padre el pastor luterano, que le hizo, eso cuenta, un auténtico experto en hipocresías, sino también el aborto de su hermana, que no se atreve a narrar más por extenso en su biografía y que estuvo impulsado por el quédiran que tanto obsesionaba a sus padres, los cuales no podían soportar a una madre soltera en la familia; un desdoro para la carrera eclesiástica del padre, el pastor luterano. Y me retiro, porque sería empezar y no acabar.

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