lunes, 31 de diciembre de 2007

Iglesia católica

No quiero pasar por erasmiano, pero denostar a la Iglesia católica es más fácil que comprenderla. Aunque parezca tener una voz, con frecuencia entendida como la del Papa, la Iglesia católica tiene varias, bien a pesar de esa y presuntamente única que se oye más. La del Papa es sólo la voz burocrática y la que menos debe interesar: es la que pone límites al espíritu, porque de esos límites vive; el espíritu es libre, incluso de un señor con un peculiar sombrero; a mí sólo me interesa la voz de la gente humilde que sostiene su tinglado y soporta su gordo peso y sus bobadas de burócrata. El celibato hace con frecuencia decir cosas estúpidas y furiosas, con voz de pito, a obispos y curas a duras penas castos, que no castrados, a pesar del precepto bíblico, que se esfuerzan en ocultar, de creced y multiplicaos, y el sabio ejemplo de Orígenes. La Iglesia Católica, o más bien los cristianos que son su fundamento, no esos canonistas tan obsesionados con los homosexuales que podía decirse con seguridad que lo son, son la más importante de las organizaciones no gubernamentales y, al mismo tiempo, una tradición cultural y una ética humanitaria, si no humanista. Una fuerza. Y quien pretenda despreciarla es un ignorante y un estúpido. Hay que escuchar las numerosas voces de la iglesia y seguir solamente aquellas que esten en consonancia con nuestro propio ser. Los que siguen la senda del poder, atenderán a la voz de los obispos y la del Papa; mal que le pese, la iglesia no puede dominar los espíritus ni los corazones, porque la iglesia es también un poder, y el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Jesucristo no se dejó dominar por los obispillos canonistas que había en su tiempo. A la iglesia le hace falta menos poder, menos jerarquía, menos machismo, más verdad y menos silencio, o más bien menos de ese silencio sonoro llamado hipocresía. Tal vez así algún día logremos que el Papa se convierta al Cristianismo.

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