Mis hijas me dejan de piedra. Escogen un móvil como si fuera un novio: que sea inteligente, hermoso, que me haga las cuentas, que tenga hermosa voz y me cante y gran memoria y muchos megapixels... Por Dios; a veces incluso lo insultan y se cabrean con él. Sospecho que van a tratar a sus novietes lo mismo que a un Tamagotchi. Yo trato mejor a mi impresora, que es temperamental y a veces se enfada conmigo y no me hace caso; entonces, lo único que tengo que hacer es acariciarla un poco, ponerle papel nuevo y rascarle el interruptor, y muge alegremente encendiendo sus lucecitas. Lleva una pegatina encima con un perrito dálmata que le han puesto mis hijas.
Con mis dos gemelos, los zapatos, tengo una relación distinta. Desde luego, no es tarea fácil soportarme. Los antiguos solían ponerse parejas distintas en los días pares y en los impares, porque decían que se gastaban menos; no lo dudo, pero los modernos somos menos cuidadosos, por desgracia. Sus talones están gastados, el calcañal deshilado y les falta un buen pase de tintura.
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