miércoles, 2 de enero de 2008

El deporte bien entendido

El deporte, pseudorreligión (tiene sus propias catedrales deportivas) u opiáceo que a tantos aliena, consiste en su forma más degradada en el espectáculo sadomasoquista de una humillación; de ahí sus contenidos nacionalistas y fascistoides. Si se trata de batir marcas, o lo que llaman con anglicismo records, ¿qué pasará cuando no sea posible pasar de lo físico? ¿Mejorar genéticamente los cuerpos? ¿Inventar nuevas drogas? Hay por ahí un libro, el Guiness, que consigna marcas estrafalarias, como la mayor cantidad de bofetadas que ha sufrido una persona sin interrupción o la cantidad de espaguetti que puede uno comer y otras sandeces semejantes, tanto da de sí la necedad; sólo se baten en ese libro records de estupidez. ¡Si al menos esas panduergas ayudaran a una ONG!

El verdadero deportista compite contra sí mismo o contra la miseria moral y social; no hay nadie más heroico que el deportista que se adorna no sólo de coraje físico, sino de algo menos visible de lo que es residuo, el coraje moral; pero eso no vende, no es moderno; véase un ejemplo, el de Robert Richter. ¿Verdad que no suena? Pues fue una auténtica figura del ciclismo alemán y mundial allá por los años treinta. Y su figura no es recordada (¡buscad a ver si hay algo sobre él en Internet!) ¿Por qué? Pues porque se negó a levantar el brazo para saludar a lo nazi en su propia tierra y a llevar el maillot con la cruz gamada, pese a las temendas presiones que sufrió. Algo parecido a lo que hizo el alcalde de su pueblo, un tal Konrad Adenauer. Era entrenado por un judío al que apreciaba sinceramente; el pobre hombre tuvo que luchar contra viento y marea para sostener sus creencias y para lograr que le pudiera entrenar su amigo, siempre sin avergonzarse ni abjurar de sus principios, y señalando que los franceses, como los ingleses y los alemanes, sólo pertenecían a la raza humana; eso era tener carácter, eso era ser un auténtico deportista moral. Al final, como no podía ser menos, fue asesinado por sus compatriotas, que no podían soportar a un puro espécimen de la raza aria con ideas nada, pero que nada arias. Lo mismo cabe decir de otros prohombres como el negrata Cassius Clay o el anglosajonata Armstrong. Esa gente sabe verdaderamente lo que es sufrir y por eso posee la escala exacta que mide lo que verdaderamente importa.

El verdadero deportista es uno más en el campo, luchando en un equipo de rugby para cubrirse de barro, no de gloria, y para ser aplastado por la mole de cualquier montaña o derribado por cualquier camión con forma humana, dejándose la sangre y algunos dientes en la arcilla. Es aficionado o amateur, no profesional; es jugado, no contemplado; es, a fin de cuentas, juego; y por eso posee una dimensión cognoscitiva y moral que hace conocer al otro, al adversario, y no sólo al camarada, y notiene nada que ver con ese sucedáneo televisivo que padecemos, que no es un deporte, es un espectáculo o un negocio, pero no deporte. ¡Apuntaos al club de la lucha, aunque no exista!

No hay comentarios:

Publicar un comentario