La era de la información ha pasado o debería. La era de la información era algo unidireccional, pero, si se orientaba a algún sentido, era de arriba abajo y, por consiguiente, era antidemocrático y empobrecedor; la utopía que debe venir y que, como todas, no vendrá nunca, es la de la explicación. La explicación no excluye complejidades y es tan interactiva como un móvil o como Internet, no puede manipularse fácilmente y no tiene a la verdad como algo inalterable y constante, colgante de unos principios invariables. La explicación implica una ética y se explica, se extiende, se hace necesaria, se impone en un mundo donde la información y la publicidad son excesivos, unidireccionales y mutuamente dependientes, o donde ya es imposible distinguir a una de la otra; para poder sobrevivir a la sobreinformación se debe plantear un salto cualitativo que haga democratizar la inteligencia, aun a pesar de la chusma política de los imbéciles gobernantes de la pseudodemocracia: la que viene debe ser la edad en que la explicación, la implicación y la aplicación transformen a la sociedad en algo transversal, más justo, más sereno y más habitable.
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