lunes, 11 de febrero de 2008

Eugenio Vélez-Troya

Leí hace tiempo las memorias de este detective manchego (yo leo cosas muy raras, en particular aquellas que son difíciles de conseguir; hoy estoy leyendo por ejemplo las memorias de un genealogista facha de rancio abolengo que tuvo que huir de España por falsificar ejecutorias de hidalguía, y me lo estoy pasando pipa reviviendo los años cincuenta y sesenta, a pesar de los 27 eurazos que he tenido que pagar por el libro y su transporte por SEUR, y que voy a tener que purgar penitenciando otras necesidades menos básicas). Al igual que las memorias de don Carlos Castilla del Pino, las películas de Guillermo del Toro y las historietas de Carlos Giménez, logran revivir una época como aquella, con toda su mugre, grisalla e hipocresía. Es el decano de los detectives de España, y me gustó la obra tanto que, cual suelo hacer cuando veo que alguien se lo merece, le hice una lápida temprana en la Wikipedia para que su obra no se olvide.

Sus memorias son una colección de casos importantes que, por su singularidad o por lo que revelan sobre la condición humana, el detective de Torre de Juan Abad (por cierto, también lo era su coterránea y contemporánea la arabista Manuela Manzanares) ha escogido porque le impresionaron y le permanecen en la memoria. La verdad, si alguien quiere crear la novela negra manchega, no tiene que inventarse nada, porque aquí tenemos a un Sam Spade auténtico; el tomellosero Francisco García Pavón puede irse a hacer puñetas.

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