martes, 5 de febrero de 2008

Los que salvan al mundo


Decía Goethe que, si cada cual limpiaba su vereda, la calle estaría limpia. La humildad del justo que sólo se ocupa de sus propios asuntos y de los cercanos y se olvida de querer arreglar los ajenos es algo en lo que deberían pensar seriamente los políticos y príncipes de este mundo que están hartos de leer el libro más breve de Maquiavelo y no los Discursos sobre las Décadas de Tito Livio. Al respecto bien están los bíblicos versos de un descreído como Borges:

Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo

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