Todas las mañanas cojo la cara que tengo más a mano y me la pongo para retratarme ante el espejo y demás familia. Me cuesta, vaya si me cuesta, echarme a rodar por las mañanas. Me meriendo la cabeza de desayuno y soy un papel en blanco borrado por la negrura de la noche, recién nacido en la costa del amanecer. Lloro sin llorar y los pies me traen a paso de oruga an una máquina de machacar llamada instituto de educación secundaria obligatoria. Uno diría que no es educación, ni secundaria, aunque sí obligatoria, como la vida que nos prescribieron y que tan ilusoria se ve a veces para los que han perdido el entusiasmo en alguna vuelta de un desorientado y meandroso camino.
El hilo de la prosa se teje automáticamente; de algún misterioso modo está conectado a mi yo, a mi conciencia. Soy más auténtico cuando escribo que cuando hablo, como ya he escrito en alguna ocasión. Todo se me acumula, empezando por mí mismo, pero siempre tengo tiempo para escribir. Es mi forma de ser yo. Otros escritores de blogs escribirán con otras intenciones, yo escribo simplemente para ser: en un libro de poesía afirmé que escribo para ver si es verdad. La escritura me ilumina, me realiza como ser humano. Y no poder escribir sería para mí una amputación de las más esenciales, la amputación o cercenamiento de mi alma y de mi cabeza.
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