Anacarsis Escita era hombre que no se dejaba engañar fácilmente. Hasta a las leyes de su amigo Solón les encontró un punto flaco: que no protegían a los débiles, y para ello ideó la fábula de la tela de araña, el mosquito y el moscón. Su desastrada muerte, sin embargo, pudo probar que las leyes de Solón eran algo mejor que nada. El punto débil de Anacarsis, creo yo, era su temor a embarcarse, pues si otros en nuestra época le tienen miedo a subir a los aviones, él le tenía un pánico horroroso al mar. Hay muchos dichos suyos que (algo curioso en un viajero ansioso de saber como él), acreditan que le tenía algo más que miedo a las tormentas marítimas. No en vano se le atribuye la invención del ancla. Pero, pensando en lo que dicen sobre que los griegos distinguían tres tipos de personas: los vivos, los muertos, y los que van por el mar, acabo de leer que el origen de esto pudo ser lo que se comenta de Anacarsis:
Preguntándole uno si eran más los vivos que los muertos, respondió: ¿En qué clase de esas dos pones los navegantes?
Hay preguntas que tienen su intríngulis. Por ejemplo, ¿quién fue el que dijo que si todo el mundo fuera egoísta, el mundo sería un paraíso? Es pregunta que aparece en El motor de agua, la pieza teatral de ese gran sinvergüenza, David Mamet. Goethe lo decía de otra manera: si cada cual limpia su camino, la calle estará limpia. Y Spinoza: aquel que ama a Dios, no debe exigir que Dios le ame a él. Tiene mucho que ver con la ética formal de Kant, al fin y al cabo muy romana: en primer lugar, el deber por el deber: debemos intentar realizar la conducta que manda el imperativo moral, pero no porque con ella podamos conseguir algún bien relacionado con nuestra felicidad, sino exclusivamente por respeto a la ley (por deber). El cumplimiento del deber es tan importante que incluso lo he de elegir aunque su realización vaya en contra de mi felicidad y de la felicidad de las personas a las que quiero; en segundo lugar, el carácter universal de la bondad o maldad de una acción: si una acción es mala, lo es bajo cualquier circunstancia; aceptar una excepción implicaría aceptar las condiciones del mundo en la determinación de la voluntad, y por lo tanto la heteronomía de la ley moral (si está mal mentir no vale ninguna mentira, ni la mentira piadosa ni la mentira como algo necesario para evitar un mal mayor). ¡Que se lo digan a un político!
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