sábado, 26 de julio de 2008

José Cadalso

He leído el Epistolario de Cadalso, tan divertido al principio y tan amargo al final. Está escrito en inglés, en francés, en latín y en castellano; algunas de las graciosas están escritas como si fuera un fraile, llenas de falsas beaterías, otras en castellano antiguo, etcétera; juega con los estilos y con la retórica, que domina, y a veces los mezcla en un baratillo graciosísimo; pero también hay meditaciones profundas; esta es una carta a José Iglesias de la Casa:

Oigo cada día y leo a cada instante mil quejas y declamaciones contra los hombres, porque entre ellos (dicen otros de la misma especie) no se halla amistad. El mismo Tediato en su primera Noche lúgubre, con su acostumbrada misantropía, al preguntarle el sepulturero si busca el cadáver de algún amigo, [dice]:

Necio eres y mereces compasión si crees que esa voz tenga el menor sentido. ¡Amigos, amistad...! Esa virtud sola haría feliz a todo el género humano. Desdichados son los hombres desde el día que la desterraron o ella los abandonó. Su falta es el origen de todas las turbulencias de la sociedad. Todos quieren parecer amigos; nadie lo es. En los hombres la apariencia de la amistad es lo que en las mujeres el afeite y compostura: belleza fingida y aparente...

y luego prosigue el buen hombre apurando su hipocondría sobre este asunto. Pero ¿tiene razón? Aquí entra un distingo escolástico. Si habla de la amistad y amigos comunes, esto es de aquellos que en los palacios, cortes y embajadas, empleos grandes y máquinas de la ambición se buscan para construir cada uno su fortuna sobre el trabajo del otro, tiene mil razones y hace bien en ponerse de mal humor. Pero no dice bien sino muy mal, si habla de la amistad que nace, crece, y vive siempre entre unos hombres honrados, algo filósofos, propensos a la lectura, y que limitan toda su ambición a pasar su juventud adquiriendo noticias de literatura para tener una vejez llena del consuelo que da la medianía, la instrucción y la jovialidad. En este caso no tiene razón el Sr. Tediato.

De esta especie tengo unos pocos amigos, cuyas prendas me han hecho panegirista del género humano, tan maltratado por otros, y me mantienen en la firme creencia de que hay verdadera amistad en el mundo, y que la encontrará el que la busque. La dificultad está en buscarla y en quererla hallar donde se halla. Contemplando a Batilo y a Vmd, hombres de tan buenas entrañas como yo mismo, creo que tendrían al recibir mis cartas el mismo gusto que yo guardo cuando abro las suyas. Las expresiones que en ellas veo, de estimación hacia mí, me serían odiosas como lisonjeras si viniesen de parte de unos amigos cuales se usan; pero, viniendo de Vmds, me deleitan porque las considero hijas de una tierna amistad, la cual, siendo como es entre nosotros finísima, produce delirios así como el amor, porque anima carent sexu.

Cuando reflexiono sobre estas cosas me hago dos composiciones de lugar: la una de mí mismo, habiendo hecho lo que llaman fortuna, colocado a los cincuenta años en la corte con otros amigos de los que así se llaman en ella. Dilato un poco mi imaginación y descubro un campo lleno de abrojos que cultivan en compañía de otros labradores envidiosos, que se arrancan unos a otros con ansia el infeliz fruto de sus trabajos. La otra es la de verme a dicha edad o mucho antes en una aldea saludable y tranquila, con buenos libros y un criado o dos fieles, en la vecindad de los amigos verdaderos, a quienes visitaré en su casa o recibiré en la mía: siempre alegres, sociables, comunicándonos todas las especies que nos ocurran o bien de invención propia, o bien del trato con los muertos; creciendo en edad, ¡qué viejos seremos tan amables y tan buenos!

Esta idea me encanta, y el deseo de que se verifique me hace llevar con brío los sinsabores que aún me ofrece la carrera, el mundo que desprecio, y la corte que aborrezco.

Todo esto podría llamarse pedantería si lo escribiese un hombre artificioso, pero, escrito por mí, que tengo el gusto de haberme adquirido la fama de hombre sincero, no puede mirarse sino como unas reflexiones naturales que salen de una alma colocada fuera de su centro y que lo apetece.

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