No puedo por menos que compartir el juicio de Voltaire sobre los diccionarios: si no van acompañados de ejemplos, son como cementerios llenos de muertos. Los que menos me desagradan son los de uso; prefiero el de María Moliner al de la Real Academia, aunque este es el recomendable para leer a los clásicos. Tengo, por supuesto, el de Autoridades y el Etimológico en varios tomos de Corominas y Pascual; pero mis preferidos son los fraseológicos, y en especial el de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos. Ese sí que da impresión de vida: ahí está toda la gracia y el genio creativo del idioma. Busco "niño" intentando describir a algunos de los que tengo en clase, y encuentro clasificaciones exactas: niño gótico, litri, pitongo o bitongo, de papá, bonito, mimado, de Serrano... Expresiones sinónimas de una misma realidad ¿qué realidad? Que nos gusta más degradar que elogiar, porque las denominaciones positivas son muchísimo más escasas. Niño zangolotino... también minusvalorativa o peyorante. No sé, busquemos algo más neutro, una fruta, una hortaliza, por ejemplo, pepino: "Por donde amargan los pepinos". ¡Mi madre! ¡Que deslenguaje! "Repetirse más que los pepinos". "Importar uno o tres pepinos". Nada: igual de denigratorio. Vayamos a la fruta, pera por ejemplo: "Ser la pera", "partir peras", "pedir peras al olmo", "perita en dulce", "poner las peras al cuarto", "tocar la pera" a alguien... Que agresivo, canallesco y gorrino es el idioma. Y lo que dan de sí los pronombres neutros; véase si no, y es sólo un ejemplo, el repertorio de eso:
A eso de
Con eso y con todo
Con todo eso
Con todo y eso
Con eso y todo
Con eso y con todo
Con todo y con eso
En eso
Eso es todo
Eso sí
O eso
Si eso
Y eso
Y todo eso
Y eso + gerundio
¿Y eso?
Y eso que...
No hay comentarios:
Publicar un comentario