viernes, 26 de septiembre de 2008
Amigos electrónicos
Suelo bromear diciendo que soy un piratilla informático con un loro electrónico. Uno ha hecho sorprendentes y duraderas amistades, nada virtuales, en la red. Son fieles a machamartillo y más honestas que las que uno forja y consolida personalmente a lo largo de toda la vida. Qué cierto es aquello de que donde hay confianza da asco; uno se puede fiar más de un extraño que de cualquier conocido cercano; parece mentira, pero es así, incluso estadísticamente. Tendría que profundizar sobre las curiosas razones de esta verdad, que creo atisbar, pero la celeridad que impone esta nota no alcanza a mayores pesquisiciones. Gran amigo Marcos Taracido, y sin embargo nunca le he visto la cara. Y otros hay por ahí, conocidos en chat o por correo electrónico, o en la Wikipedia, esparcidos por todo el electrónico mundo, por ejemplo la rusa Ina Sam, que me acaba de pedir en inglés que le corrija el estilo de un artículo que ha escrito en su corto español para la misma sobre el escritor ruso Alexandr Grin, un autor excelente que deberíamos conocer más por aquí. Merced a nuestra ya durante relación hemos dejado entre los dos bastante apañadito el artículo sobre Literatura de Rusia.
Odio los chats, porque impiden toda conversación profunda: siempre hay metomentodos meticulosos y tangenciales que evitan cualquier tentación de pensamiento elevado o introspectivo. Además parecen terreno propicio a adolescentes suprahormonados, descerebrados y nada empáticos llenos de incorrección gráfica, torpeza e incultura. El Messenger parece construido para imbecilúpedos de tres al cuarto que ven más que piensan y son capaces de trasegar publicidad sin pausa ni freno. El correo electrónico es otra cosa, porque todavía permite redactar la prosa y corregir despacio. Encontrar un verdadero canal de IRC que no tenga agua cenagosa y cuyos temas puedan tener algún interés es tarea casi imposible, aunque no del todo. Una vez encontré uno, cuando la Biblioteca Virtual Cervantes ofrecía la posibilidad. Sostuve agradables conversaciones con algunos bibliófilos del norte de España y llegué a estrechar amistad con dos o tres. Y, curiosamente, siento como si hubiera conocido a esas personas de verdad, en carne, hueso y espíritu: tengo la vívida impresión de su personalidad, que me viene no a través de su conocimiento personal vera efigies, sino a través de algo tan despreciado en este tiempo como es la palabra. La palabra, mensajera del espíritu y de la amistad.
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