Esta mañana Word se ha vengado de mí, injustamente, como suele. Me he pasado el verano introduciendo complejas y elaboradas modificaciones al primer volumen de mi libro, pero, por una de esas pifias que hacen las mierdas de Gates, me ha salido un cartelito y he perdido dos tercios del primer volumen y la gran mayoría de esos dos meses de duro trabajo. Y no hay programa que lo rescate.
Debería de estar que echo chispas. Pero sólo estoy desolado, como un pez en una pescadería. Otra vez tener que hacer lo que tanto trabajo me ha costado estos dos meses. Otra vez tener que ensamblar todo eso y redactarlo todo, cuando tan bien me estaba quedando, seguramente sin posibilidad de hacerlo igual o mejor...
Qué inútil es el trabajo de una persona. ¿Para qué sirve? Para nada. ¿Qué voy a ganar con ello? Unos derechos de autor, los dos libros más gruesos de mi currículum y algún prestigio académico. Como si a mí me importara ya el prestigio académico.
Lo único que desearía sería hablar de Félix Mejía con alguien a quien le interesara el tema, nada más. La función de un grifo es esa sola, soltar un chorro de agua corriente. No tengo más vanidad que la de un grifo.
Veo que la mitad del país empieza a hablar de fútbol. Eso es un hámster que empieza a dar vueltas en su carrucha. Dentro de nada, volverán a repetirse las mismas cosas. Mad world.
¿Ampliar las dimensiones de la carrucha?
Estoy cansado. Y ya quizá demasiado cansado.
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