Fui a Madrid, que es algo que me apetece y repugna a partes iguales. Ahora que hay aeropuerto, y el día que me alcance el dinero, me voy a Barcelona "o más allá".
Primera parada: kiosco de la Cuesta de Moyano para hallar el tomo que falta al Diccionario de filosofía de Ferrater Mora que tengo; es mi cruz, y nuevo fracaso; sin embargo, consigo dos nuevos tomos de las Obras completas de Dickens.
Segunda parada: médico. Me encanta oír y ver a la encantadora enfermera del edificio redondo del Hospital Ramón y Cajal. Podría pasarme horas sentado allí. Doña Clotilde Vázquez , que sale mucho en la tele con el cara de facineroso de Más vale prevenir, y otra doctora sudamericana, me convencen para que haga de conejillo de indias de una nueva medicina contra el colesterol y firmo el consentimiento informado; más papeleo, incluido test; me dan horas demasiado tarde para volver a tiempo de dar clase en Ciudad Real, lo que ya me esperaba. Me endilgan un largo bote negro lleno de sospechosas cápsulas blancas que dicen debo conservar frías.
Tercera parada: Sección de Raros de la Biblioteca Nacional. No sé si los raros somos los que estamos allí o los libros. Parece Fort Knox, tantas son las medidas de seguridad que han implantado desde los últimos saqueos. Arriba, los cuadros cervantinos de Moreno Carbonero, "que han perdido el color", como las princesas de su misma época, el Modernismo. Copio el sermón de un fraile jerónimo manchego muy carca, Agustín de Castro, en que elogia la Constitución de Cádiz que pondrá verde en La Atalaya de La Mancha en Madrid -hipócritas que son los frailes- y me leo todo lo manchego que encuentro en El Constitucional de Madrid (1820), desde las manipulaciones electorales en Almadén del Azogue y la Membrilla hasta los artículos malencarados en que reconozco la voz de Félix Mejía y Manuel Eduardo de Gorostiza. Encuentro también un dicterio nuevo contra Mejía y Camborda. También algo de El Catolicismo Neto, de Juan Calderón, en primera edición, para el libro que le debo a Calero. Me hago una idea de qué textos deberé incluir en el libro: opiniones sobre Spinoza, artículos de polémica religiosa, algo de crítica textual, los problemas de sintaxis más avanzada que aparecen al final de su gramática. Breve paréntesis de asueto para comer y mandar a mi hígado a hacer puñetas.
Cuarta parada: Bar del Hotel Los Galgos, en Claudio Coello. Por el camino veo que esta calle es algo así como la sexta avenida de Nueva York por las tiendas de moda y lujo que hay. En la de Rolex me fijo en el precio de un reloj: seis mil euros; ¡carajo! En la barra del bar del hotel, alemanes y norteamericanos de convención, empresarios negociando reciclado de aguas en Boston y yo qué sé más; se ve que aquí estoy de más. Acude Francisco Rico, quien me ha citado allí, diciendo que allí no puede ser, que no puede estar sin fumar, y nos vamos a hacer fotocopias al lado de recepción, porque tiene que dar una conferencia en la Fundación March mañana. Me entrega los cuadernillos con las normas de colaboradores de la Biblioteca Clásica y nos vamos a un bar donde nos encontramos -él si se fijó- al "Butanito", es decir, a José María García. Viene de la Real Cacademia. Cerramos el acuerdo de la edición que tengo que hacer de las poesías de Espronceda para la Biblioteca Clásica. Hablamos del pobre Riley, a quien tiene por el mejor crítico del Quijote, de Txomin Induráin, que hizo su tesis sobre Espronceda, de su alumno Daniel Eisenberg, de Clemencín, de Juan Calderón, del heroico Carlos Castilla del Pino, de Espronceda, de su mujer María Victoria Camps, de filología, de Joaquín González Cuenca, a quien se niega a llamar su discípulo pero al que tanto se parece. Me cuenta la desgraciada historia de las ediciones de Espronceda; al primero que se la encargó, se le murió; el segundo se le volvió loco y el tercero soy yo: cruzo los dedos. Quiere que haga la mejor de las ediciones posibles sobre Espronceda y no me da fecha. Y corto, que tengo que dar clase.
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