Qué horrorosas son las drogas. El concepto debería ser más amplio y tendríamos que hablar de adicción a secas: debería incluir la TV, el sexo, el fútbol, los libros, el dinero, el trabajo excesivo, el Opus Dei... cualquier cosa que aliene y nos haga perder la humanidad para transformarnos en un servomecanismo plano cuyo cometido es cumplir una función única excluyente.
En una serie de TV dice un personaje: "¿Por qué lo llaman guerra contra la droga? Las guerras se terminan." Y tiene mucho sentido; todo el mundo sabe dónde se venden las drogas: en las discotecas. Que las cierren, y verán como, si no se termina el problema, por lo menos se vuelve más controlable. También saben de dónde vienen: que cierren los sitios donde se produce exterminando la miseria y la pobreza en esos países para que se dediquen a cultivar algo más alimenticio.
Pero eso, claro, exige un mejor reparto de la riqueza y una conexión entre una autoridad mundial que no existe y no podrá ser existida y una ciudadanía mundial que sólo ahora podría conectarse y coordinarse con ella, a través de Internet, mundializándose, saltando las autoridades que pervierten y desregulan la buena voluntad general. Sólo ahora empieza a ser posible que los inocentes que pueden resolver los problemas puedan conectarse simultáneamente a un todo que les gobierne, contra los poderes fácticos que pervierten el imperativo categórico de la voluntad general. Este principio es el que da sentido al tercer sector de Jeremy Rifkin, el de las ONG, y hace posible el Altermundismo. Curiosamente, la ética kantiana encuentra su mayor aplicación a través de Internet y la Sociedad de la Información, y la democracia encuentra su mayor perfectibilidad: todos los males de la democracia se curan con más democracia.
Pero, claro, los dueños de los locales donde se vende droga son también los dueños de procedimientos viejos de difusión de información, de los periódicos y de la TV, y por descontado de los políticos, y esta idea no puede propagarse: va contra la moral amoral del Capitalismo, cuyo defecto es siempre el mismo: produce demasiada basura, no solamente material, sino humana: gente que en sí misma es basura. Es más, pretenden regular Internet y convertir ese medio en una expresión más de su poder y de su censura.
La droga, el alcohol y su aspecto "publicitario" conocido como botellón, el tabaco y la tontería premeditada de la publicidad en todos sus aspectos pervierten a nuestra juventud. La marihuana y otras modas y la moda misma son una droga; aunque algunas de las sustancias que compongan la maría puedan tener un efecto medicinal aisladas, siguen siendo una dependencia que aplana la inteligencia y el sentido crítico, aunque su uso terapéutico sea recomendable en los enfermos terminales de cáncer.
Pues, en efecto, existen, es verdad, algunos prejuicios contra las drogas derivados de su impreciso conocimiento y vulgarización; estudiosos como Escohotado en su Historia de las drogas conocen la dimensión exacta del problema y saben que hay alguna cuyos efectos medicinales han sido postergados injustamente a causa del prejuicio general y conjunto que existe contra los efectos perniciosos de la mayoría de ellas; es el caso del LSD o ácido lisérgico, que no causa adicción alguna ni problema de salud alguno y sirvió para curar el alcoholismo terminal de muchos pacientes que dependían de una droga sin duda alguna más destructiva y, sin embargo, tolerada: el alcohol. Mi pregunta es la siguiente: si el LSD cura el alcoholismo en un mayor porcentaje que cualquier otro tratamiento y no posee ningún efecto colateral alguno, ¿por qué está prohibido y, en cambio, el alcohol está permitido?
Y, dicho esto, la objeción: el LSD, que es la más potente de las drogas y sin embargo la más inofensiva, tiene una severa contraindicación: no debe usarse en personas susceptibles de padecer trastornos de personalidad o depresión, porque las puede agravar: así que debería suministrarse con supervisión médica.
Así pues, mi postura es que las drogas son sólo un aspecto de un problema más general y deberían usarse con exclusividad en medicina y permitirse la experimentación científica con ellas. Deben cerrarse los lugares donde se distribuyan como mal menor; no se me diga que el mal menor no es principio político: Maquiavelo, lo estatuyó desde el siglo XVI, pues era algo que todo el mundo hacía y siguió haciendo. Por otra parte, este tipo de problemas exige un nuevo tipo de autoridad mundial que coordine esfuerzos dispersos y la colaboración de un tercer sector no tan susceptible de corrupción como los habituales canales de la política. Que la de la droga sea una guerra que tenga un final.
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