Todavía los espantados tomistas discutían a principios del siglo XX en España la teoría de la Evolución; en EE. UU. todavía la siguen discutiendo, incluso gente tan intelectualmente preparada como una candidata a la visepresidencia de ese país que no tiene nombre. Habría que decirle lo que Núñez de Arce en su libro Gritos de combate:
¡Gloria al genio inmortal! Gloria al profundo
Darwin, que de este mundo
penetra el hondo y pavoroso arcano!
¡Que, removiendo lo pasado incierto,
sagaz ha descubierto
el abolengo del linaje humano!
Puede el necio exclamar en su locura:
«¡Yo soy de Dios hechura!»
y con tan alto origen darse tono.
¿Quién, que estime su crédito y su nombre,
no sabe que es el hombre
la natural transformación del mono?
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