Los alumnos, con esa ingenuidad que dan los pocos años, creen tener más derechos que deberes. Deberes de los de hacer y corregir en clase, se entiende, pero también de los otros. Y el derecho que estiman más sagrado es a no hacer nada. El mundo ya les dará los palos que necesitan para dar fruto, como los olivos y las encinas; lo que pasa es que los padres dejan la incómoda función de mundo a una especie de funcionario de prisión llamado profesor, encargado de meter en cintura a esas fierecillas sin domar. Y esas fierecillas a veces se aprovechan para transformarse en auténticos leones, por lo que se llama Complejo de niño emperador, habitual en familias desesctructuradas, aunque quizá la expresión más exacta sería la de niñato/a desvergonzado/a. Niñato, algo pequeño con un sufijo de grandeza, que más parece delirio que sufijo. Y ojalá que fuese un sufhijo, porque sería un hijo sufisciente, cuanto tantos insufiscientes hay no ya por eso, sino por la ESO.
Pero por hoy ya basta de jugar al vocablo.
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