J.R, Falconetti, la Livia de Yo, Claudio; Paul Milander y la Maquetista, de CSI; El Fumador; y algunas otras excelentes creaciones de Sobrenatural, Sin Rastro y CSI. Cuán pobre cosecha comparada con el cine, donde se ha dicho siempre que cuanto mejor sea el malo mejor es la película, o la literatura mismo, con el siniestro profesor Moriarty, Karla, Kurtz y tantos otros, o la realidad misma, canastos.
JR tenía un modo político y pilaticio de maldad que, es lamentable, no creó escuela, su firma eran las indirectas y las risitas forzadas y entrecortadas. Cuando quería pervertir a alguien, o forzarlo a hacer algo contra natura, empezaba siempre mareando la perdiz con rodeos, rodeos y más rodeos, procediendo siempre en espiral, pero acercándose siempre de forma matemática como siguiendo la regla del número áureo, hasta llegar al asqueroso nudo del asunto, florecido a lsacacorchos de los labios de otro, y no de los suyos, inocentes. Ni siquiera los mafiosos llegaban a tanto con su omertá. Era una maravilla luego ver esos desayunos familiares en el rancho de los Ewing, puñalada trapera va, puñalada trapera viene, entre venenos lentos, odios africanos, proyectos de venganza, infamias brumosas, huevos de serpiente y silencios ominosos, donde lo que se comía no eran revueltos con bacon, sino los unos a los otros, en el sentido metafórico del término, claro está. Esa manera de mezclar el fraternalismo cainita y el sarcasmo vitriólico se ha perdido, por desgracia.
Ah, el inefable Falconetti. El maestro del canguelo, sin una sola virtud, como los infantes de Carrión, parche al ojo. Su feo e idescriptible careto de marinero salido de los arrabales más infectos de los muelles de Odessa o Málaga ya era un cartel de peligro. Pero su mal gusto, su suciedad y su ferocidad indeclinable iban más allá de todo odio a jorobarte, de la peor manera, hasta el mismísimo infierno.
Livia, la hermosa, patricia y calculadora esposa del emperador Augusto. Su cabeza siempre fría nunca descansaba; era igual que una araña diestra en tejer tramas retorcidas para llevar el agua al molino de su austera ambición; no en vano tuvo un discípulo como el jodido Tiberio; por el hijo se adivina la madre, partidaria de los venenos lentos y de la crueldad calculada como muestra de recto gobierno. Monstruo de maldad, pero matrona romana después de todo, aunque tuviera, loba, que comerse a sus propios ahijados, liosa como la pata de... La historia sólo ha engendrado una virago semejante, la emperatriz Teodora, esposa de Justiniano.
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