sábado, 17 de octubre de 2009

Caspar David Friedrich y Juan Bautista Maíno


Hay ahora en Madrid dos exposiciones de pintura interesantes; la primera es la de Caspar David Friedrich, el gran pintor alemán del Romanticismo, un místico que veía en la naturaleza un modo de entrar en contacto con lo absoluto, con Dios, y que no pintaba la naturaleza, sino el efecto que ella producía en seres humanos; el hecho de que considerara a los árboles como individuos y que estos se repitieran en sus composiciones es una forma de indicarlo; sus dibujos son pasmosos, cercanos a la abstracción: fisuras como las vetas de un mármol o un rayo oscuro, efectos de luces y sombras, elementos sencillos como una rama con apenas hojas o una brizna de hierba estremecidas por el viento, que trasladan por metonimia al todo colosal, lo acercan a la visión que los clásicos de la pintura japonesa tenían de la naturaleza. Sus bosques impenetrables transfigurados en catedrales, sus paisajes a la luz del crepúsculo, sus cielos morados, sus barcos rodeados de desdicha, a punto de partir o de llegar a ningún sitio, porque son cruces sobre la tumba sin límites del mar; sus asombros ante lo infinito, sus robles atormentados, sus montañas columnas y figuras simétricas, sus abetos disparados al vacío, señalando a las estrellas, sus noches negras como pozos de plata, son todavía efectivos, dan la impresión de lo imperecedero: la victoria del espíritu sobre el cuerpo, de lo romántico sobre lo clásico, de la naturaleza, la ruina y el sentimiento sobre la civilización, la arquitectura y la razón. Sus cuadros parecen no tener fin ni marco, ni comienzan ni acaban, dan la sensación de lo interminable, de lo incompleto, de aquello que se desvanece poco a poco como una visión, un fantasma, un recuerdo.

El otro es Juan Bautista Maíno, un barroco, místico también a su manera, con esos paisajes maravillosos que forman el fondo de su Juan Bautista o María Magdalena, o esos personajes humildes, ese cordero, ese burro, esos cacharros de arcilla... pero místico a la manera de un dominico, empapado de actualidad, con esa crítica terrible a la España oficial de Felipe IV que aparece en su cuadro Reconquista de la Bahía de Brasil, en la que el monarca aparece como un títere coronado/sostenido dentro de un teatrillo de guiñol por el Conde Duque de Olivares, mientras en primer plano se ve a la España real, al pueblo español herido y en la miseria, contrastando con la España oficial, la teatralesca de las empresas exteriores y las victorias militares, que aparece en el fondo del cuadro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario