domingo, 18 de octubre de 2009

Pajarracos y pajarillos, ucellacci e ucellini, que decía el italiano

Siempre había sido mi sueño tener un loro hermosísimo; ahora mismo lo tengo posado sobre el hombro, regalo de mis ángeles custodios, y me condecora de vez en cuando con una caca; es un yaco gris de cola roja, discretito, no como esos espectaculares guacamayos que, cuando uno los transporta depositados en su puño, parece que son ellos los que te pasean y no al revés; poseen algo tan señorial y heráldico como el fénix. Hace un añito que salió del cascarón, y ha sido bautizada por la abuela de mis hijas con el nombre de Lina; me gusta, porque el término se encuentra a medio camino entre Lina Morgan y Angelina Jolie; y también porque semeja a la pájara Lena Meyer-Landsrut, que cantó y ganó Eurovisión; de la primera tiene el pico, que se limpia con una escrupulosidad neurótico compulsiva; se muere del disgusto si se le mancha con algo; por otra parte sacude su cola roja en abanico de un modo encantador y, cuando está contenta, pía cual pájaro que es, otras veces me llama "papá" o "guapa", cambiándome de sexo, y otras reproduce con la sílaba "pa" el ritmo y melodía inconfundible de El paseo del bebé elefante de Henry Mancini, que ha oído sonar en el ordenata. Le ha cogido querencia a mi hija Ana Isabel, y si la ve marcharse gime de forma desconsolada. Si está de malas, suelta un picotazo temible que deja una característica cicatriz en forma de U mayúscula. Pero se nota que no lo hace conscientemente, es como si tuviera programado el picotazo cuando se asusta o algo la pilla descolocada: se exalta y aruña muy fácilmente, especialmente cuando ve manos, desconocidos u objetos raros. Le gusta hacernos compañía en los sofás, de noche, cuando vemos algún documental o película; entonces se sube a una de mis rodillas y empieza a adormilarse cerrando los ojillos, contemplado con envidia por el resto de nuestros siete pajarracos, fruto de la obsesión ornitológica de nuestra hija menor, Paloma, salvadora de un gorrión al que su madre califica despectivamente como "el mierda" y que va de un lado a otro del amplio salón pegando botes de pivot con un entusiasmo contagioso y un nervio eléctrico, que le sirve para escapar de mis hijas, Houdini con plumas, y esconderse bajo el sofá o más lejos. Lo nutrimos con vitaminas, pero el muchacho no echa las alas; se ve que en los genes no tiene el aprendizaje del vuelo sin motor, y el hecho de que nadie se lo enseñe, ni siquiera nuestros expertos ases de la primera guerra doméstica, Pavarotti, Copito etcétera -las aves de pico curvo hacen vida aparte, se consideran en otra esfera- lo tiene al pobre marginado y sin lugar en este mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario