Parece etiquetal de coñac; no lo voy a cerebrar con sopa de ojo: el rey lagarto está harto (de lagrimorios, como el de Lorca). Mala leche tengo, porque donde vivo es difícil serenarse con tanta condensada serenata; me deja sonado más el estañido de las campanas que al muy Jorobado de Nuestra Señora; tengo paredaña la iglesia de la Merced y no hay mejor despertador de siesta, cuando haberla puedo, que misa de seis; con mi insomnio es peor; uno lo que hace es levantarse y ensuciar el disco puro del ordenata o envolverse en adúcar como un mariposón muerto que espera su metamorfosis en gusano, poniendo las manecillas en este reblog global. Todo sigue igual: los sábados maridos transfieren una cantidad apreciable a la cuenta de cariño de sus mujeres, ahijados y asobrinados; concelebran el acto (de la inclusión); vivir en el acto uno podría, incluso en el tacto, y dejar acta de su nacimiento, que no defunción, con cara de hijo y no de pocos amigos. También podría forjar poesía, hacer bailar la forma del fuego con todas sus plumas.
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