domingo, 21 de febrero de 2010

Shutter Island, de Martin Scorsese

La parte ilustrada sobresale con mucho; escenarios, ambientación son formidables; se nota el genio visual de Scorsese. Pero el pobrecillo Leonardo di Caprio, que hace lo que puede por destacar en un marco incomparable, no da la talla, aunque se esfuerza -llegó a deprimirse seriamente en el rodaje, ya sé por qué- para un papel que hubiera necesitado los servicios, cuando menos, del Anthony Hopkins de Magic, esa obra maestra que nadie recuerda, precursora del más conocido El silencio de los corderos. El motivo es muy simple: Leonardo di Caprio no sabe de lo que interpreta, no tiene suficiente caos dentro; pero Hopkins sí, le sobra. Por lo demás, los europeos, los dos siquiatras mayores, están eminentes, Ben Kingsley y Max von Sidow; sólo hay que ver cómo le comen la escena: se lo meriendan con patatas. Por Dios que ver a di Caprio luchando inútilmente contra sus limitaciones como actor es tan divertido como ver a Matt Damon haciendo lo mismo en El talento de mister Ripley, sólo que a Damon se le nota que puede progresar y crecer como actor, a Di Caprio, no; este papel le viene grande, como camisa de once varas; habrá que verlo en la nueva propuesta de Nolan, Inception, que esá prevista para junio, y que tiene visos de ser más de lo mismo.

Merece verse, pero una propuesta narrativa como esta de psicodrama metaficcional parece ya un poco fuera de lugar; la película hubiera tenido mejor formato en videojuego de aventura gráfica, no más; el guion intenta adornarlo todo con una cierta trascendencia para pedantes, pero no, hay algo dentro de la estructura que no funciona, aunque el talento indudable de Scorsese esconde ese punto débil tan bien que consigue salvar la película y uno se queda después con la memoria impresa y visual, ahogada, de esa isla cerrada sobre sí misma, triste, antigua, angustiosa, fatal...

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