jueves, 11 de marzo de 2010

Ángel Iznardi, un periodista y escritor liberal preso en Miguelturra en 1832

Luego citaremos un fragmento de su poema autobiográfico Epístola a Montino que escribe en la cárcel de Miguelturra. En una segunda carta desde París, con fecha de 1º de mayo (I, pp. 151-155), no se anda con tapujos:
Yo no sé si haré bien -le dice a su amigo corresponsal- en escribirte mi situación con entera libertad en el estado de persecución por motivos políticos; pero mi corazón necesita explayarse y tomo la pluma para comunicar contigo mis penas y aliviar así el peso de mis infortunios [...] pero si tú creyeses que mis pensamientos pueden acarrearte el menor de los padecimientos que yo he sufrido por espacio de un año, rasga esta carta, quémala o entrégala tú mismo a la policía.

Cuenta con emoción la despedida, en la plaza de Tembleque, en Madrid, a las seis de la mañana del 25 de abril del año anterior, camino de Ciudad Real , «a donde -dice- me conducían mis verdugos». A las tres semanas de llegar a la capital manchega, llega una orden de Madrid al Alcalde Mayor de Miguelturra para que proceda a la detención del desterrado y se proceda al registro de sus papeles a lo que el alcalde añade la incautación de los libros. Con tercetos encadenados, lo narra así en la Epístola a Montino (I, pp. 141-147), antes mencionada:



Mi caso escucha. Con furor entraron


en mi modesto hogar muchos guerreros


y a tu inocente amigo rodearon.


Al Rey preso gritando y los aceros


y arcabuces al pecho dirigidos


de mis vestidos se agarraron fieros.


¿No has visto en despoblado los bandidos


arrojarse al incauto caminante


y aunque indefenso, en roncos alharidos


Mandarle que se rinda, y al instante


sus cofres trastornar y enfurecerse


si no encuentran metálico sonante?


Pues así los satélites al verse


fallidos en su utópico deseo


y cual humo su plan desvanecerse,


Los papeles y libros en que leo,


que siempre fueron mi única riqueza,


con atención repasan; pero veo


Que es vana su atención y ligereza


porque entre todos ellos no hay ninguno


que sepa traducir lengua francesa.


Veamos el inglés: uno por uno


al filósofo Pope toman y dejan


que siempre el ignorante fue importuno.


Lo negro les estorba: ya manejan


del gran Homero la Iliada en griego


y a su vista también pasmados cejan.


Míranla del revés, la vuelven luego


hasta que el juez habló como letrado


diciendo «para mí es aquesto griego».


Sin pensar lo acertó. «Pero mirando,


añade, que quizá cosa importante


puede encontrarse aquí para el Estado,


Quiero que sin pasar más adelante


de estos libros se forme un inventario


y a Madrid se remitan al instante».


Fue allí ver el despojo de mi armario


cual si fuera enemigo campamento


y volar mi trabajo literario.


De verso y filología en un momento


labor de muchos años vi perdida


allí y esto colmó mi descontento.


Tú que aprecias cual yo más que la vida


del alma en pasto en clásica lectura


juzgarás de mi pena la medida.


Díjeles que a mi propia desventura


la de inocentes libros no añadiesen


cuando a ninguno ofenden sin ventura.


Pero bien que instruidos estuviesen,


o los guiase su exaltado celo,


o en aumentar mi mal se complaciesen,


Ninguno satisfizo mi desvelo


y estando terminado el escrutinio


libros, papeles alzan ya del suelo,


Que pasaron del mío a su dominio


conduciéndome luego silenciosos


sin explicar cuál fuese su designio.


A este pueblo llegamos presurosos


y arrojado en prisión húmeda y fría


candado y llaves cierran cautelosos.


En prosa, en la carta de París, fechada el 1º de mayo, antes citada, describe el calabozo de la cárcel manchega en que estuvo encerrado seis meses hasta que pudo escapar:


El día 23 de Mayo antes de amanecer entré en un calabozo subterráneo de la cárcel de Miguelturra de 18 pies en cuadro con una bóveda de 9 de alto sin más ventilación que la de una ventanilla alta de tres cuartas ancho y allí permanecí por espacio de seis meses sin que en ellos se me dirigiera legalmente la palabra una sola vez, [no] se me suministraban auxilios de ninguna clase a pesar de hallarme sin medios y en pueblo extraño, ni se me permitiera escribir a mi adorada Madre para hacerle saber en carta que viesen antes mis perseguidores, que su hijo no había muerto todavía y que la amaba tan tiernamente como siempre. Después de varias tentativas frustradas, anocheció para mí más dichoso el día 4 de Noviembre y antes de amanecer del 5 me hallé libre por mis propios esfuerzos, aunque solo y en un campo que pisaba entonces por la primera vez en mi vida. Las circunstancias de mi evasión y las que completaron mi fuga de un modo algo maravilloso, no son para fiadas al papel por razones que no se ocultarán a tu penetración: basta decir que ha sido obra de algunos meses y que al fin me veo salvo de lo que entonces pesaba sobre mí (I, p. 152).

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