Hay algo que cansa y repugna a partes iguales, el estúpido espectáculo del orgullo, si no es que el orgullo es sólo eso, espectáculo, paso de la potencia al acto. El espectáculo lo ofrece a menudo la gente a la que le gusta mandar, la sádica gente a la que le importa más el volumen de su voz que el contenido de la misma, el estrépito que la letra de la canción, el ritmo del martillo que aplasta que la melodía del pincel. que contorna. El orgullo es escenificación pura, ceremonia, rito, lo que los semánticos denominan ostensión, algo muy presente en el arte como símbolo de poder. El arte, el teatro y el orgullo nunca son minimalistas: la presunción y la fatuidad poseen muchas caretas, vestiduras, escenografías, montajes fotográficos ... Un soberbio jamás podría prescindir de su jeta, que haría desfilar por todas las calles mayores en procesión, o a la que daría cuerpo de piedra o bronce para completa perpetuidad y memoria. Es lo que de defecto moral se esconde en cualquier explotación, económica o no; los católicos, que algo saben de moral, si no de ética, escribieron que el peor pecado capital es el de la soberbia, algo contra lo que he procurado vacunarme a veces infructuosamente, porque es el pecado de lo subjetivo, del yo. Ese tipo de gente, que nunca dimite, que se cree ser capaz de gobernar a los demás -¿es posible?- sin compartir el poder, cuando el sentido común, a decir de Descartes, es el bien mejor repartido del mundo, debía ser recluida en lugares inhóspitos para que mande a las dunas y las piedras, para que gocen en horizontes despejados lo ilimitado de su poder, aunque sea el poder de un grano de arena, quizá algo más gordo, entre muchos otros, el poder de hacer una pirámide en el desierto con un solo puñado de arena .
A los demás
ResponderEliminarEsa es la metafísica, el otro, más allá del mi, que supuestamente puedo conocer, ya que me engloba. Pero cuando asomo el morro hacia el otro ser todo es memoria, aprendizaje.
La soberbia surge de la comparación y se acompaña de un veredicto superlativo, soy el mejor, el muy mejor y más de todo. En el fondo hablamos de una alucinación, muy física y alejada pues de la metafísica.
Así, sin poder hablar del otro, careríamos de juicio y negaríamos las obras de lo laborioso, del mérito, por ello buscamos la comparación.
El problema surge pues del veredicto superlativo que a fuerza de repetirse a tu favor, tiene toda la pinta de estar amañado, como el juego político de este país.