Nos dice la entropía que, en líneas generales, el tiempo no genera ni hace germinar las cosas, sino que las descompone poco a poco. El demiurgo de Platón elabora en su torno copias imperfectas, como las pirámides del soneto de Shakespeare, de su propio arquetipo, al igual que el Dios judío se ponía a hacer kenes y barbies de arcilla a su imagen y semejanza,
Oficio noble y bizarro
entre todos el primero
es el oficio del barro
pues Dios fue el primer alfarero
y el hombre el primer cacharro
Sin embargo, la Biblia no dice si Dios tuvo que limpiarse la mierda tras el trabajo; quizá llevaba guantes y un mandil masónico fabricado por ángeles con éter o ectoplasma; lo más dice que se echó la siesta (que viene del latín hora sexta, correspondiente a las doce del mediodía, "cuando hace la calor", aunque antiguamente las horas duraban el doble, por lo cual se contaban doce). Y es que hay que ser higiénico en la vida, separarse de lo sucio. Ese es el origen del asco; Dios, o la Evolución, si place, ha puesto en nosotros la semilla del vómito, de la catarsis; es un distanciamiento que hace grande a autores dramáticos como Shakespeare o Brecht, a los que sus personajes les importan un bledo porque les horrorizan muchísimo. Sienten un pánico terrible ante sus sentimientos y sus pasiones, no las pueden ni ver: se alienan de ellas, como buenos poetas, aunque se dejan enajenar o enalienar cuando están inspirados para hacer su trabajo. El creador ante su obra padece una sobredosis de asco, se quiere separar de ella al igual que una madre, alienada nueve meses con un feto, con síndrome de postparto. Y es que el asco es una droga; ningún ser que sea humano puede andar por ahí sin criticar: los animales no pueden distinguirse de lo que hacen, son lo que hacen, los seres humanos, muchos al menos entre ellos, poseen más caras y fases que la luna o que cualquier poliedro y son difícilmente resumibles a geometría. Y acaso esta diversidad es la causa misma del asco. Como el asco, alienta siempre en nosotros un deseo insobornable de pureza y de sencillez que es nuestro más noble y primer impulso: el deseo de ser, y de ser plenamente.
Por expasiones como esta creo que eres un verdadero escritor y mucho más que un polígrafo grafómano.- Medito a menudo en el asco porque me parece una función esencial. Creo que se te olvida hablar del papel de "límite" que tiene el asco. Lo que nos da asco al comer es lo que no toleramos. O en el sexo. O en lo moral. Tu reflexión es mucho más interesante que esta aportación, más meditada. Fritz Perls propone enfrentarnos a lo que nos da repugnancia para ensanchar los límites del ego (y finalmente destruir el ego) pues el asco nos limita como a las señoritas melindrosas. Junto a Vergüenza, Turbación y Miedo componen una familia de aUTO-torturadores de los que crean guerras en el interior del individuo mismo, las casas, las ciudades y las naciones. Que donde haya asco ponga yo deseo, donde haya vergüenza ponga aprecio de mí mismo, donde haya turbación ponga yo rsolución y en vez de miedo amor. - El título de tu artículo no hace justicia a su contenido, no está a la altura de su seriedad eso del papeplhigiénicodelasco. Y lo mejor es el final cuando hablas del ser. Sigue así. Voy a leerlo otra vez.
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