JAÉN
Todo había cambiado, pero vivo
y casi igual que mi recuerdo estaba:
el niño que yo era aún jugaba
con una leve sensación de olivo;
la misma calle y el jardín cautivo
que fragancias y espinas encerraba;
las sábanas que el aire alborotaba
y un perro que meaba despectivo.
El sol atronador en los tejados
y el monte y el castillo hacia lo lejos
pero mi madre no estaba allí, y los viejos
no la recuerdan. Hijos alejados
vagan por los parajes destrozados
a los que vuelven siempre los vencejos.
Á. R.
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