Pamema, perdón, Pamela Anderson ha formulado un pensamiento, lo que me ha dejado sorprendido, ya que esta señorita los suele confundir con dolores de cabeza, y ha cogido, agarrado y proclamado que está contra los toros; seguramente eso no es un pensamiento, sino un sentimiento, que es lo que la mayoría de las personas posesiona como sustituto de tan penoso y desagradable ejercicio; pero ello ha suscitado en mí un repentino desconcierto moral, ya que, aunque pueda parecer que de moral Pamela tenga más bien poco, o al menos no tanto como otras cosas tiene, es una chica, pásmense, coherente y profe de gimnasia que es vegetariana y defensora de los animales, lo que no me cuadra, porque hay por ahí un rumor que afirma que ha abortado por los mismos motivos estéticos (en el caso de Pamela, estetones, estentuosos o estesil-icónicos) que los defensores de la fiesta esgrimen para dejarla como está, esto es, para no estropear el contorno de su esbelta y grácil figura cuando trabajaba (o posaba, que es un decir) en Los mirones de la playa o algo semejante. Pamela engorda de silicona sus culos y sus pechos, pero no admite que le engorden de niño la barriga si eso va contra la estética y la tradición inmemorial, que esta señora identifica con el peritoneo de su cuerpo serrano y jamón (light, o de York). No quiero traer a Aristóteles al asunto, aunque tenga mucho griego que decir, porque no pega con esta Afrodita de blando mármol, tan desenvuelta ella que aparece sin envoltorio ni teofanía por todas partes, o por doquier, que dicen los novelistas; los toritos enamorados de la luna tienen tanto derecho a la vida como los niñitos enamorados de la teta carnosa, que no siliconosa, señorita ocasional, y si no no los engendre o delos a quien los cuide y los quiera, como sus amados animales. Y, si los aficionados quieren toros, que inventen juegos taurinos menos dañosos a animalitos y a personas, y todos contentos.
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