Están haciendo una película que desmitifica la muerte del mayor teórico del anarquismo pacifista y padre de la no violencia, Lev o León Tolstoy, La última estación:
De El Mundo, hoy:
Como un Moisés de barbas desarboladas al viento, la estampa bíblica del creador bajando de un vagón de tercera clase, con 38 grados de fiebre, presa de escalofríos y sostenido del brazo por su inseparable médico Makovitski forma parte de la épica de la literatura rusa.
El sprint final del autor de Guerra y Paz es el tema central de la última estación obra de Jay Parini (editorial RBA) que ha inspirado el filme protagonizado por Christopher Plummer y Helen Mirren que se estrena en España el 20 de junio y del que EL MUNDO.es ofrece un adelanto exclusivo. Con ese aire de mago Merlín desaliñado, de gnomo barbudo de metro ochenta, el aristócrata con ropajes campesinos que revolucionó el arte de la escritura, avanzó por una pequeña alameda que hoy se conserva tal cual. Un niño pasea por ella en bicicleta (ingenio que Tolstoi descubrió y probó sólo al final de su vida) y se cruza con un lugareño que porta una sandía.
El 13 de noviembre de 1910 Tolstoi se detuvo en este poblado porque su médico vio que había un pequeño ambulatorio. Tres días antes había escapado de su finca de Yasnaia Poliana tras años de desazón larvada al calor de los arrebatos encendidos de su mujer, Sofia Andreevna.
Adiós, Sofía
"Sofia está cada vez más y más irritable" escribe Tolstoi en su diario. El novelista optó por el silencio como defensa frente "al interminable parloteo sin sentido ni objetivo" de Sofía, como describió sus accesos de histeria. Demasiadas 'escenas' como para no montar una película con ellas, debió pensar el director Michael Hoffman, que ha llevado al cine la novela de Parini. En sus últimos años los abedules de Yasnaia Polaina se habían convertido en barrotes de una cárcel irrespirable en campo abierto donde Tolstoi, el viejo león, rumiaba su escapada.
En medio de constantes registros de su despacho (Sofía encontró incluso un diario secreto que Tolstoi escondía en su bota) o de los recelos por la excesiva atención que el escritor profesaba a su amigo y editor Chertkov (Sofia pensaba que mantenían relaciones homosexuales), Tolstoi perdió la paciencia.
La noche del 9 de noviembre se desveló al oír un susurro ("oí un apagado roce de papeles"): era su esposa que le volvía a registrar sus cajones en busca del testamento que quería modificar. "Tolstoi pensaba que su testamento espiritual, todas sus obras, 180.000 páginas manuscritas debía pertenecer al pueblo y no a la familia, pero Sofia razonaba como madre preocupada por el futuro de sus ocho hijos", explica a El Mundo es Nina Nikitina, jefe del museo de Yasnaia Polaina.
Aquella noche del 9 de noviembre de 1910 una voz gritó dentro de su cabeza ¡acción! y el escritor resolvió escaparse a la noche siguiente. Se levantó a las 5.00 horas. Compinchado con su hija Alexandra y su inseparable médico Makovitski, Tolstoi se acercó a las cuadras y pidió al cochero que aparejara los caballos. "Estaba muy nervioso, se equivocó de camino y perdió el gorro", relata Nikitina.
Tolstoi y Sofia dormían en habitaciones separadas por tres puertas que la esposa mantenía abiertas para vigilarlo. Aquella noche Sofia durmió como un tronco y no se percató de la escapada de su marido.
Con sólo 40 rublos en el bolsillo, Tolstoi, su médico y su hija llegaron hasta la estación de Yassenki, y viajaron en tren hasta Kozelsk.
Al ver que Tolstoi no estaba, Sofía intentó suicidarse en el lago de la hacienda ante sus hijos, que la rescataron. "En la carta que Tolstoi le escribió a su mujer antes de irse decía que la quería muchísimo y que no se culpara por su salida. Influido por sus lecturas budistas, le explicaba que la gente de su edad tiene que vivir aislada", cuenta Nikitina. En Kozelsk el trío alquiló una calesa y llegó a Optina Pustin, donde se alojó en un hotel. "En aquel hotel le molestaban los gatos. Saltaban y no lo dejaban dormir. Además, había una mujer que aullaba porque acababa de perder a su hijo. Fue una noche infernal", explica la experta. Tolstoi abandonó aquella 'venta' encantada y visitó a su hermana, monja en el monasterio local, después de lo cual puso rumbo al sur. Sin embargo, la pulmonía le obligó a apearse en Astapovo.
En un vagón de tercera clase, rodeado por el denso humo de los cigarros, y el hedor que desprendían sus zamarras de los campesinos, Tosltoi se mezcló con el pueblo en su escapada. "Había mucho humo, pero además la corriente de aire era inverosímil", explica Nikitina. Tolstoi llevaba consigo un curioso bastón convertible en silla plegable que lo acompañaba en sus largas caminatas. Durante su trayecto salía al descansillo que hay entre vagones para escapar del humo, pero la corriente le aguijoneó los pulmones... "Aunque la velocidad no era grande, los cristales estaban rotos", explica Raisa Krilova, encargada del museo de Astapovo, la casa del jefe de estación donde se conserva la cama donde murió Tolstoi.
La puerta de la casa de Astapovo chirría como en una novela barata de terror. La habitación donde convaleció la última semana de su vida se conserva tal y como la dejó. Junto a la cama cubierta por una manta negra, hay una mesilla, donde se acumulan apósitos y algodones como reliquias de santo y un cuajarón de cera consumida. También hay una cajita llena con papeles rotos por el autor, y la taza en la que comía la papilla de avena y café.
"Siete doctores estaban con él. Le ponían inyecciones de alcanfor, compresas calientes, le daban oxígeno, pero entonces no contaban con el remedio principal que hoy tenemos contra la pulmonía: no existían los antibióticos", explica contrariada Krilova.
Cuando se enteró de su estado, Sofía llegó a Astapovo pero los médicos no la dejaron pasar. "Sólo pudo acercarse a la ventana", explica Nina. "En el mundo hay tantos 'Leones' y usted sólo piensa en un 'León'". Ésas fueron sus últimas palabras. Fue el último rugido del 'Rey León' de la literatura. Su médico Makovitski culpó de su muerte al ferrocarril: como su Anna Karenina, Tolstoi se dejó la vida entre raíles.
Medio kilómetro separa la casa de Tolstoi de su tumba en Yasnaia Poliana, la hacienda a 12 kilómetros de Tula donde nació, vivió, escribió y fue enterrado Tolstoi. El lugar donde yace el novelista queda demarcado por un simple montículo cubierto de hierba, como si fuera la fosa de un druida. "Que me entierren [...] como se entierra a los pobres. Que no se coloquen flores ni coronas, ni se pronuncien discursos", escribió Tolstoi en su diario.
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