Me siento a escribir con la cabeza vacía. Me he despertado, o más bien se ha despertado en mi lugar, un dispositivo meramente automático. No tengo nada que decir, salvo unos cuantos chistes que se me ocurrieron ayer. Se hace camino al andar, pero no ando. Ahora mismo tengo delante una serie de rutinas preparatorias que debo realizar como todos los sábados, pero no tengo combustible. Si no añado algo de cafeína, teína o venlafaxina al autorrío de mi sangre, no me pongo en marcha, no estoy ocurrente, no hago nada. Soy un peso muerto al que le discuten las tripas (el colon con el ileón, el duodeno con el delgado); lo podría escribir mejor, pero no tengo ganas de escribirlo mejor. La única metáfora que me viene a la mente para describir este estado es el de una alfombra sucia de piel humana que se ha pisado mucho. A media distancia hay un programa de espectativas que tengo que cumplir este sábado, y no me siento dispuesto ni siquiera a recordarlas. A pesar de todo, me rebelo contra esta aplastante indiferencia. Ayer descubrí varias correcciones para mi edición de Calderón, pero no tengo ganas de hacerlas. Debo poner los libros en las nuevas estanterías que vinieron ayer, pero no sé qué libros, no quiero pensar cuáles. Tengo que quitarme el pijama, ducharme, vestirme para subir el suministro que ha ido a realizar mi mujer, revisar el correo electrónico, escribirle a mi hija mayor cuatro temas de lengua y literatura resumidos para la selectividad -Javier, envíame lo de Filosofía-, ver el partido de Nadal a las cuatro, leer los periódicos, escribir este blog... Y elaborar otro programa para mañana. La salida a esta situación es una cápsula de venlafaxina, pero la suelo tomar con algo de cafeína o teína, y yo qué sé cuantas cosas más acabadas en -ina. No hay hasta que la traiga mi mujer, que ha salido al mercadillo. Tenía que haberme ido con ella, pero no he podido porque ni siquiera se me ha ocurrido ni ella me ha despertado, aunque yo ya estaba despierto. Por tanto, tendré que tomarla con agua, aunque eso rompa, o descomponga, la costumbre rígida y mecánica, el prejuicio, la manía, el molde de todos los días. Es sólo un desnudo acto de voluntad y de resistencia, detrás del cual vendrán encadenados otros muchos, y eso es lo que voy a hacer y lo que deberían hacer muchos otros en mi situación de enfermo que niega estar y, sobre todo, ser enfermo. Pero cuesta. Y el primer paso de ese acto de voluntad es dejar de escribir este post.
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