Ando muy atareado preparando resúmenes para mi principal y única alumna, mi hija Ana Isabel, que se va a examinar de Selectividad. Por eso no escribo casi ningún post, aunque habría mucho que decir. Por ejemplo, de mi viaje al parque de atracciones de la Warner o de la Gala para padres del Instituto donde mi hija estudiaba hasta ahora, el Maestro Juan de Ávila.
Foción iría en pelotas; hacía mucho calor, aunque el aire acondicionado ayudaba; lo que mataba era el tránsito del infierno de las falsas calles a las atracciones heladas, todo un caldo para los virus. Izado de la cama fuera de hora y sostenido en pie a fuerza de té con limón, iba yo muy zombiento y jingado, con las persianas de los ojos abiertas pero sin ver, muy indispuesto, pícnico y endomorfo contra el viaje al parque de atracciones de la Warner, pero esta americanada para ganar dinero no sólo estuvo bien, sino que me gustó e incluso me divertí; a pesar de mis dolencias cardiacas, me subí en tres montañas rusas seguidas y nada, no me mareaba, incluso en la de Batman, con todas sus cabriolas boca abajo y caídas en picado. Como no había cinturón para gordos, mi hija temía me despeñara. Yo, al contrario que Nerón, hubiera dicho: "Qué favor hago al mundo librándolo de poeta tan malo". Engañamos a mi mujer, señora de Pozuelo Seco don Gil, reina de Ciudad Real, emperatriz del Campo de Calatrava y tirana de la Mancha y a Paloma para que se subieran en la de Batman, y bajaron con los pelos de punta, las manos en los ojos. Mi sobrina, una hindú negrita, era la más valiente. Pero lo mejor fue los barcos piratas, donde acabé completamente mojado de la cabeza a los pies, disparando un cañón de chorrito a presión contra todo quisque: "Que es mi barco mi tesoro...". Una segunda remojadura fue la de los donuts flotantes en los rápidos, que recomiendo a todos; por dos veces seguidas acabamos completamente empapados. Los demás ya iban advertidos e iban ligeritos de ropa, pero yo llevaba pantalones hasta los tobillos y quedé sopón hasta que el sol de junio me secó, lo que tuvo que hacer dos veces. El poblado del oeste estaba bien, uno se sentía como en la versión madrileña del Desierto de Tabernas; además asistí a una tétrica boda y en Cartoonland paseé en calesa entre las secuoyas del bosque y pude conocer personalmente al tierno Piolín en la casa de la Abuelita, al negro y discriminado Pato Lucas (Duffy duck), al indeclinable e ingenioso Coyote y a Bugs Bunny en su propia madriquera, donde no faltaban los libros pero, por desgracia, no pude conocer a mi pariente el Oso Yogui; como por estas fechas no hiberna, debía andar robando la pitanza a los turistas.
Y de pitanza voy a hablar, porque nos merendamos unas pizzas y unas hamburguesas con patatas que todavía lo estoy lamentando: dinamita para mis cañerías ahítas de colesterol.
En cuanto a la gala de los padres, llegamos al teatro a medias de una corta escena teatral inspirada en el Enxiemplo de la mujer brava del Conde Lucanor en la que trabajaba mi hija Paloma haciendo de padre, aunque bien podría haber desempeñado el papel principal; vi varias alumnas bailando esa cosa que ahora dicen que es baile, un discurso de una alumna fiestera, rubia y locuaz donde hubo lugar para el viaje a Berlín (allí se aburrió jugando al ping-pong con unos alemanes desconocidos en una casa vacía) y, por último, dos discursos de profesores desquiciados por las fechas, los exámenes, las evaluaciones y los alumnos, con algunas erratas -llamar becas Orgasmus a las becas Erasmus, por ejemplo-. Afuera había un escueto aperitivo sobre varios mesones y vi a varios profatas, como a ese tan estiralto encargado del teatro o Concha, amabilísima ella, y a Juan Manuel, que iba amarillonaranja de un lado a otro y al parecer no me vio, a la distante y encantadora Inés, abandonada por el saxo y que cantaba angelicalmente en el coro como solista, por la que parece no pasar el tiempo, como tampoco para la delgadente -finústica, diría mi suegra- matemática Elena, muy gozosas ambas y muy queridas por sus alumnos. Poco a poco, la gente se fue (yendo), pero quedaban los pobres alumnos con la mirada náufraga, perdidos, los pobres, y angustiados ante la puerta de la ley, que decía Kafka, (o Selectividad) por donde debían pasar al mundo de los muertos/adultos. Egoístas y sin asideros muchos de ellos, formando pequeños corros otros; noté que la sociedad ya sólo se articula en familias, no en amistades. Un poco de todo: chinas, negritas, pelirrojas, morenas, rubias, mariquitos... sobre todo chicas; los chicos han desaparecido en el viaje de ida. Todos, solos, recelosos, insinceros, aburridos.
Foción iría en pelotas; hacía mucho calor, aunque el aire acondicionado ayudaba; lo que mataba era el tránsito del infierno de las falsas calles a las atracciones heladas, todo un caldo para los virus. Izado de la cama fuera de hora y sostenido en pie a fuerza de té con limón, iba yo muy zombiento y jingado, con las persianas de los ojos abiertas pero sin ver, muy indispuesto, pícnico y endomorfo contra el viaje al parque de atracciones de la Warner, pero esta americanada para ganar dinero no sólo estuvo bien, sino que me gustó e incluso me divertí; a pesar de mis dolencias cardiacas, me subí en tres montañas rusas seguidas y nada, no me mareaba, incluso en la de Batman, con todas sus cabriolas boca abajo y caídas en picado. Como no había cinturón para gordos, mi hija temía me despeñara. Yo, al contrario que Nerón, hubiera dicho: "Qué favor hago al mundo librándolo de poeta tan malo". Engañamos a mi mujer, señora de Pozuelo Seco don Gil, reina de Ciudad Real, emperatriz del Campo de Calatrava y tirana de la Mancha y a Paloma para que se subieran en la de Batman, y bajaron con los pelos de punta, las manos en los ojos. Mi sobrina, una hindú negrita, era la más valiente. Pero lo mejor fue los barcos piratas, donde acabé completamente mojado de la cabeza a los pies, disparando un cañón de chorrito a presión contra todo quisque: "Que es mi barco mi tesoro...". Una segunda remojadura fue la de los donuts flotantes en los rápidos, que recomiendo a todos; por dos veces seguidas acabamos completamente empapados. Los demás ya iban advertidos e iban ligeritos de ropa, pero yo llevaba pantalones hasta los tobillos y quedé sopón hasta que el sol de junio me secó, lo que tuvo que hacer dos veces. El poblado del oeste estaba bien, uno se sentía como en la versión madrileña del Desierto de Tabernas; además asistí a una tétrica boda y en Cartoonland paseé en calesa entre las secuoyas del bosque y pude conocer personalmente al tierno Piolín en la casa de la Abuelita, al negro y discriminado Pato Lucas (Duffy duck), al indeclinable e ingenioso Coyote y a Bugs Bunny en su propia madriquera, donde no faltaban los libros pero, por desgracia, no pude conocer a mi pariente el Oso Yogui; como por estas fechas no hiberna, debía andar robando la pitanza a los turistas.
Y de pitanza voy a hablar, porque nos merendamos unas pizzas y unas hamburguesas con patatas que todavía lo estoy lamentando: dinamita para mis cañerías ahítas de colesterol.
En cuanto a la gala de los padres, llegamos al teatro a medias de una corta escena teatral inspirada en el Enxiemplo de la mujer brava del Conde Lucanor en la que trabajaba mi hija Paloma haciendo de padre, aunque bien podría haber desempeñado el papel principal; vi varias alumnas bailando esa cosa que ahora dicen que es baile, un discurso de una alumna fiestera, rubia y locuaz donde hubo lugar para el viaje a Berlín (allí se aburrió jugando al ping-pong con unos alemanes desconocidos en una casa vacía) y, por último, dos discursos de profesores desquiciados por las fechas, los exámenes, las evaluaciones y los alumnos, con algunas erratas -llamar becas Orgasmus a las becas Erasmus, por ejemplo-. Afuera había un escueto aperitivo sobre varios mesones y vi a varios profatas, como a ese tan estiralto encargado del teatro o Concha, amabilísima ella, y a Juan Manuel, que iba amarillonaranja de un lado a otro y al parecer no me vio, a la distante y encantadora Inés, abandonada por el saxo y que cantaba angelicalmente en el coro como solista, por la que parece no pasar el tiempo, como tampoco para la delgadente -finústica, diría mi suegra- matemática Elena, muy gozosas ambas y muy queridas por sus alumnos. Poco a poco, la gente se fue (yendo), pero quedaban los pobres alumnos con la mirada náufraga, perdidos, los pobres, y angustiados ante la puerta de la ley, que decía Kafka, (o Selectividad) por donde debían pasar al mundo de los muertos/adultos. Egoístas y sin asideros muchos de ellos, formando pequeños corros otros; noté que la sociedad ya sólo se articula en familias, no en amistades. Un poco de todo: chinas, negritas, pelirrojas, morenas, rubias, mariquitos... sobre todo chicas; los chicos han desaparecido en el viaje de ida. Todos, solos, recelosos, insinceros, aburridos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario