sábado, 19 de junio de 2010

Mercado

He ido al mercado con mi mujer y mis hijas; es muy entretenido: hay chicas preciosas paseando como en un pase de modelos y un auténtico potaje multicultural: gitanos y gitanas voceantes, payos que pasean perros, guiris culonas o estreñidas, chinas vaporosas, aldeanas frescas recién salidas del huerto, rubias de bote, rubias naturales, moros, moros cruzados con portugueses, pelirrojas, payoponis ecuatorianos, senegaleses cordiales, argentinos extraviados y los imponderables e internacionales bolaños' friends... También la sal de la tierra, el secreto de la masa: los ciudarrealeños. En su mayoría, viejas pintadas años cincuenta ya cerca de la raya sepulcral y desteñidas de los años sesenta.

Luego están los productos. Esta vez las patatas de asteroide eran muy poco artísticas: casi todas eran redondas, pues debieron sembrar solo trozos. Los tenderos hablan de la reforma laboral con sonrisa de oreja a oreja; también de España en el Mundial de fútbol. Hay uno que vende camisetas de España y del Barcelona, pero también banderas con el toro de Osborne; uno reprocha que, si España no pasa de cuartos, irá a la ruina; se hacen selfies bajo el enamorado de la luna. Es curioso: hay dos iconos de cornúpeta y este no es el homologado, sino una imitación porque habría que pagar canon por la ley de marcas; hay entre las dos imágenes una diferencia estética que se percibe trascendente: es como la diferencia que hay ya entre otras dos Españas.

El toro nuevo es más dinámico, irreal, chulesco, nada sereno e inspira falsa amenaza; se diría que está posando para un espectáculo, porque tiene una de las patas traseras estirada, enseñando sus negros atributos, la cola en alto y los cuernos como diciendo aquí estoy yo. Es un toro frenético y estresado, no el toro zen, vigilante, orgulloso de sí mismo y que no tiene nada que demostrar de Osborne. El toro clonado ha salido irritado y pasea por la plaza; el toro de Osborne pasta por sus dominios en el campo y los vigila. 

Por el lado folclórico de fuera veo un bolso de Hannah Montana, shining star. O estrella resplandeciente, jugando con singer y singing; para ser una singer es bien poco tricotosa: prefiere enseñar el ombligo adolescente por no enseñar otra cosa, como si fuese una ultima Thule. Qué superficial es la Montana. Uno prefiere el toro de Osborne. Vemos a los alegres papás de Isabel y a la mujer del único tío que me queda, Juan, que se está quedando ciego. Un contrabandista de melones, con aire de gitano ilustrado, nos vende una caja de cerezas de tapadillo de dos kilos por tres euros, en una camioneta aparcada donde no le vean, porque no tiene lugar asignado.

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