martes, 10 de agosto de 2010
Origen, de Christopher Nolan
Me entran ganas de hacer (de) chistes fáciles y borgesianos como "cuando me despertaron..." etcétera. Pero mi crítica ha de ser positiva, al fin y al cabo de la vela y de la mala noche pasada. Nolan es un prestidigitador ya desde Memento (2000); todas sus películas tienen algo de tramposo y de circense, incluso Insomnia (2002), las dos entregas de Batman y El truco final (El prestigio), (2006), que es sin duda su mejor película. No me gusta Nolan, no: lo que puede ser narrado, puede ser narrado claramente, podría decir el farragoso alemán; insiste en hacer cine conceptual, como algunos de sus compañeros de generación, pero va más allá, porque tiene más cojones que todos ellos; lo que ocurre es que el elemento humano superpuesto a ese cubo rubik no acaba de adherirse bien a él, aunque acaba por salvar la película in extremis; por otra parte, a Nolan le gusta ir contra natura, como los cangrejos, y ahora le da por ir contra natura de contra natura, con lo que el espectador medio se arma un pequeño lío estructural de cangrejo maricón, pese a lo cual la sensación general, al salir de la indigestión y del constractado estreñimiento que provoca este marisco de película, es de alivio indisimulado tras el larguísimo viaje en resumidos tiempos al WC final; a esta película le sobra metraje, niveles, personajes y tramas, de manera que falta el canto de un duro para que su tren descarrile como el del filme; pero no lo hace y el espectador medio conserva al final suficientes vías argumentales como para llegar a su destino y enterarse algo (después de tantas balas, persecuciones y peleas) de lo que se pretendía, y sacar provecho final de este delirio friki, al que uno le reputaba más efectos especiales que diálogo y estruendo y furia. La película es muy inteligente, muy pensada, incluso en sus indeterminaciones (cortes de principio y de final), pero está más hecha para cineastas y gente con referencias que para el público veraniego. Cierto que el plano levantisco de la ciudad impacta, y que lo hace también la agravitación in utero y la costa ruinosa edificada sobre las olas (es una imagen clásica de la poesía romántica, tomada aquí en sentido freudiano); abundan los símbolos aquí y allá: los mejores laberintos, que son los redondos; la escalera gallega de Escher, que ni sube ni baja; la perinola danzante, los dados cargados, el tren mortífero, la bañera de las Marianas, el agua bautismal y su pecado original, el vuelo Los Ángeles -Sidney como en Lost... Pero uno se pregunta si las cuatro acciones paralelas no podrían haberse hecho simultáneas mediante partición de pantalla, al menos en parte; sería así menos farragosa y más lineal la narración a pesar de la dilatación-contracción temporal del tempo divergente en cada recuadro. Por otra parte, se nota que el peso pesetil de contratar a Di Caprio y a tanto secundario no ha dejando mucho para gastar en bisutería visual, de lo que es consciente el propio Nolan, cuando un personaje dice que hay que tener imaginación para soñar, a lo que otro replica sacando... una pistola. Que nadie busque, pues, las mediocrillas fastuosidades imaginativas del autor de Avatar, sino más de lo mixmo, entendiendo por tal una sosa sopa soporífera compuesta por las coreografías flotantes de Matrix, los suicidáneos de Amenábar, Nivel 13 y, sobre todo, Philip K. Dick, padre disimulado y vergonzoso de todos estos sinvergüenzas . Por último, hay que señalar que, de no ser por el redondísimo final y las recetas del productor, seguramente esta película habría ido a aterrizar al Valle de Josafat, donde son el llanto y el crujir de dientes.
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