martes, 31 de agosto de 2010

Un revolucionario del XVIII

Hubo un español que creyó que otro mundo era posible. Y lo creyó hace unos dos siglos. Muy despierto, recibió además una buena formación y aprendió varios idiomas y ciencias naturales, interesándose en especial por la Mineralogía; por eso sus superiores en la primera promoción de la Academia de Artillería de Segovia le enviaron a Francia, Italia y otros países para que visitara fábricas de armamento. Volvió a fines de 1769 y permaneció algún tiempo en Málaga, donde frecuentó las tertulias más avanzadas del abogado librepensador Luis de Peñaranda, del masón y protestante William Leer y de la Condesa de la Puebla del Marqués. Estuvo entre 1770 y 1779 de guarnición en Melilla. Fue allí subteniente de artillería cuando la Inquisición le entabló un proceso por newtoniano, volteriano y no se cuántas más cosas acabadas en -ano, y porque solía defender la física de Newton y ridiculizar a Aristóteles y Santo Tomás en disputas que mantenía con sus compañeros y en tertulias en francés, en latín y en español, poseyendo y prestando libros prohibidos y no creyendo en la existencia del Infierno, de la religión -una patraña inventada por conveniencia- ni en la Encarnación; fue denunciado a la Inquisición de Granada en 1770 por el vicario castrense y de la plaza Francisco Turrillo. Se descubrió que había sido también denunciado en Valencia en 1769. Tras siete años de proceso fue reprendido simbólicamente, desterrado de Madrid y otras ciudades y condenado a quince días de ejercicios espirituales en 1776. En 1779 ya se había incorporado a la Marina Real. Estuvo en Brest comprando cañones y en 1782 se hallaba en el Río de la Plata con el grado de teniente de fragata y fue comisionado para buscar yacimientos de mineral de hierro, para lo cual emprendió una expedición desde Montevideo a Bolivia y rellenó un Diario de la misma; en El Chaco, en el lugar denominado Campo del Cielo, descubrió un gran meteorito que estudió junto con sus compañeros el ingeniero Pedro Antonio Cerviño y el militar Francisco Gabino Arias; utilizó sus conocimientos de ingeniería para ayudar a construir la Catedral de La Paz. En 1785 recibió orden de volver a la Península y viajó por Austria, Hungría y otros países para investigar el proceso de amalgama de la plata en el azogue, dejó la Marina y se estableció en Cádiz con la intención de consagrarse al comercio (desde 1787, fue el primer importador a gran escala de la quina calisaya, cuyos benéficos efectos farmacológicos se esparcieron por España y Europa gracias a él), pero enseguida salió corriendo para Bayona, porque descubrió que se podía abaratar el contrato del azogue de la Corona y cuando lo propuso empezaron a perseguirle los perjudicados. Allí le sorprendió la Revolución Francesa y en 1789 Miguel Rubín de Celis, que así se llamaba, nacido en concejo de Llanes en 1746, anuló su nobleza, renunció solemnemente a su título de Caballero de Santiago y se nacionalizó francés. El Consejo de Órdenes lo declaró renegado, lo condenó por rebeldía y le degradó en imagen, quemando un muñeco que le representaba y confiscando sus bienes. Este militar ilustrado estuvo vinculado a la Real Academia de la Historia de España y la Real Academia de la Marina de Francia y terminó publicando periódicos revolucionarios (Gaceta de la Libertad y de la Igualdad, impresa en agosto de 1792 en Francia pero distribuida clandestinamente en España; en ella trabajó también José Marchena) por lo que fue perseguido; huyó a Francia, donde murió en 1799 dejando a su mujer viuda el pleito de reclamación de sus bienes. Escribió un Discurso sobre los principios de una constitución libre, publicado en Bayona, en 1792, también en francés, sufragado por la Sociedad de Amigos de la Libertad y de la Igualdad de Bayona; el escrito analiza el contenido de la Constitución de 1791. Uno de sus hermanos estuvo vinculado a Campomanes, y otro participó en la secesión de Hispanoamérica.

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