Las vísperas de lo indeseable son, siempre, abono para crear lo que realmente uno quiere. La angustia es el fermento de la pasión. Siempre ha sido así en mí como supongo en otros y, ahora, no lo es menos. Con esa energía se me infla el subconsciente, me olvido de tomar las pastillas y sueño con jeroglíficos peregrinos. Hoy, por ejemplo, contemplé dormido que una serie de niños se hallaba presa en los cajones de una especie de hipercubo asiático, hueco y teselado como un mahjong en tres dimensiones de casillas casi rectangulares, sin cielo. Cada cajón estaba cubierto por un kanji extraño que funcionaba como asa y algunos contenían un muchacho escondido que no quería salir. La función de ese hipercubo era tortularlos, no sé cómo; la tortura no podía ser rechazada: los que no salían de los cajones morían. Unos chicos consiguieron evadirse a través de un cajón vacío, pero lo único que consiguieron fue entrar en otro hipercubo infernal mucho mayor, más difícil y japonés. Supongo que era una especie de metáfora de los exámenes de Septiembre, o de la Selectividad. Si es así, como metáfora es una mierda.
Me desperté en la noche y miré las fantásticas siluetas negras de las sombras dando vueltas sobre mi cruz de San Benito, sin poder entrar. Me sentía como un San Lorenzo sobre la parrilla de la cama, como una fea colección de músculos, grasa y piel colgante sobre el asta de hueso puro de mi esqueleto. En un rincón de mi pecho la cabeza de un perro soltaba sus ladridos como latidos. Sentía pesar la carne, la piel, las sobras y asaduras sobre mis huesos y ansiaba reducirme sólo a un pensamiento puro, a un espìritu sin esas sobras de materia pesada, de materia oscura, de cuerpo.
Existe una jerarquía creciente de gente indeseable: el ausente, el oscuro, el antipático, el desagradable, el difícil y el imposible. Hay una jerarquía inversa, pero es menos frecuente. En el fondo esa jerarquía es un círculo. Es esta una retahíla que también aparece en un pasaje de las Meditaciones de Marco Aurelio. Cada vez más el profesor tiene que ir de un lado a otro de esa escala, presionado por una voluntad u otra que no es la suya, lo cual es antipedagógico; pero es porque los niños, que ya en su mayoría son niñatos, son antipedagógicos también y previamente antimotivados, como también los padres y los modelos de ambos, los políticos sin sombra alguna de conciencia. Pero hay excepciones, claro, cada vez más excepcionales. Es lo que hay que decir, ¿no es así?
Las habrá, claro, también aquí.
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