lunes, 9 de agosto de 2010

Una historia de fantasmas


No soy amigo de consejas de fantasmas, a pesar del gran número de historias que conozco y del interés que siento por ellas. Las colecciono, en especial aquellas de origen más o menos hispánico, y hasta en alguna ocasión abrigué el proyecto de escribir una colección de cuentos o leyendas de fantasmas hispánicos. Uno de los más curiosos es el de Guillermo o William (Bill) Sketoe, un madrileño nacido en 1818 que emigró a los Estados Unidos de América y luchó en el bando confederado durante la Guerra de Secesión. El apellido no debe llamar a error, porque lo tomó de su madre, Anna; su padre, Juan, era español; William era tan piadoso que llegó a hacerse ministro metodista en Newton, una ciudad del condado de Dale en el estado de Alabama donde vivía. Aunque destacó en los tres años en que estuvo luchando con los confederados, su mujer, Sarah Clemens Sketoe, enfermó gravemente, y como empeoró y no tenían parientes próximos que se encargasen de sus exigentes cuidados, tuvo que pagar a un hombre para que ocupara su lugar en el ejército, algo muy caro para alguien tan pobre como Sketoe, pues costaba unos mil dólares de los de entonces; los consiguió, sin embargo, y volvió al pueblecito de Newton, que en aquellos entonces rondaba los dos mil habitantes, como en la actualidad. Su esposa mejoró notablemente gracias a su diligencia, y eso empezó a desatar las habladurías en el pueblo, desconfiado de su condición de extranjero. 

El 3 de diciembre de 1864, cuando volvía de comprar una medicina para su esposa, los miembros de la Guardia Local lo rodearon para lincharlo, como traidor y desertor, porque no se creyeron esta historia; le concedieron su último deseo, que fue rezar; pero, como en vez de rogar por su propia alma, el muy metodista suplicó perdón para las de los que lo iban a colgar, porque no sabían lo que hacían, estos se apresuraron indignados a concluir la faena; y como Sketoe era un hombre fornido y corpulento, tuvieron que cavar bajo él un foso para que, ya que no podría romperse el cuello cayendo de más alto, al menos pudiera ahogarse completamente con la cuerda de cáñamo, y así murió.

Pero la historia no termina aquí. El agujero que cavaron nunca había manera de llenarlo; al día siguiente aparecía limpio. Es más, todos los personajillos que habían participado en el linchamiento fueron cayendo como moscas y de muertes no naturales; uno murió incluso cuando iba a caballo, golpeado por una rama de roble, la misma especie que el árbol en que fue ahorcado Sketoe. El agujero permanecía siempre hondo y sin llenarse, denunciando la brutalidad de los culpables, a pesar de todos los intentos que se hicieron. Hoy sigue encontrándose debajo de una autopista que se construyó en los alrededores de Newton. Sketoe está enterrado en el cementerio local, del que constituye una de las tumbas más famosas.

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