Voltaire fue para el siglo XVIII un nuevo Luciano de Samosata, como en el siglo XVI lo había sido también Erasmo, pero lo que Erasmo hizo en latín entre los universitarios lo hizo Voltaire en vernáculo entre los burgueses. Se propuso, para provocar una mejora de su sociedad -no tanto una revolución social, aunque esto último no se le ocultaba- desterrar la credulidad ciega con pequeños folletos de precio pequeño, en estilo llano y castizo, pero llenos de malignísima ironía, su principal rasgo estilístico, porque estaba convencido de que su efecto disolvente era mucho mayor y más poderoso que los caros grandes tratados en decenas de volúmenes, y esparció esas semillas de racionalismo crítico por toda Europa, entremetiendo además en esos opúsculos aforismos que podían leerse como consignas; veía la causa de todos los males en la absurda insolencia de los gobernantes (mezcla de ambición de reyes e intolerancia de sacerdotes) y la imbecilidad y docilidad de los gobernados, y el único remedio en desengañar al pueblo; esta actitud no escapó a los reaccionarios conspiranoicos como el abate Barruel, quien se terminó inventando una Conjura de los filósofos que no era otra cosa que el espíritu de los tiempos.
Su gran arma es la Historia, en la que ve dos males principales: la guerra y el fanatismo; inteligentemente, sabe que hay ideas que no tienen verdad, sino solo historia y se vale de este instrumento, la Historia, para hacer aflorar las contradicciones, estupideces y polémicas mezquinas que han vertebrado el origen y curso de las grandes ideas religiosas; estas polémicas disolvían completamente los principios del fanatismo; igualmente, al renunciar a centrar el eje de sus obras históricas en reyes y perseguir el protagonismo de las ideas y de los pueblos, al comparar unas civilizaciones con otras y al renunciar a "pueblos elegidos", desinflando el nacionalismo aún por nacer, y buscar causas racionales a los hechos, empezó a hacer historia moderna. Dice Voltaire: "Si queréis pareceros a Cristo, sed mártires y no verdugos"; "el Catolicismo persiguió después de ser perseguido" y, en sus Cartas filosóficas: "Si no hubiera en Inglaterra más que una religión, su despotismo sería de temer; si hubiera dos, se degollarían; pero como hay treinta, viven pacíficas y felices". Su folletito Las preguntas de Zapata, una especie de parodia de los catecismos de Ripalda y Astete, es la colección más grande de imbecilidades católicas, judías y calvinistas rigurosamente documentada que ha compuesto un autor profano. Y en Los viajes de Scarmentado la cárcel de la Inquisición aparece como un hotelito aburrido, frío e incómodo.
Publicaba todos estos folletos incendiarios bajo seudónimos que no ocultaban su marca congénita y, como vivía en la frontera con Suiza y tenía casas aledañas en ambos países, cuando le perseguían en Francia cruzaba la raya y vivía en su casa suiza, y cuando le perseguían en Suiza, calmados ya los ánimos en Francia por sus amigos, cruzaba a su casa de Francia. Hay quien dice que Inglaterra creó a Voltaire; yo creo que fue más bien la paliza que le dieron los sirvientes del señor de Rohan cuando ambos rivalizaron por una señorita y quedó desengañado de sus amigos los nobles cuando lo evitaron al pedir un duelo desigual entre un plebeyo burgués y un noble, de forma que le mandaron al exilio a Inglaterra. Desde entonces empezó a decir "todos somos iguales", lo que, sin embargo, no ejerció cuando se hizo rico con el comercio de esclavos y saboteando el procedimiento de la lotería, entre otras pillerías.
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