miércoles, 20 de octubre de 2010

La hora de la vida

En España todo el mundo callejea entre siete y ocho y media; entonces usted puede encontrarse a cualquiera, porque se anima el ritmo circadiano y no hay quien no salga para tratar con hombres, animales o plantas, porque los que quieren comprar algo apuran el cierre de los comercios y los mismos comerciantes salen de trabajar y cada cual se dirige a casa para cenar, concluida con alborozo su jornada laboral. Los hombres casados, sin embargo, no tratan con mujeres, a causa de lo que Jesús Ferrero llamó con exquisitez efecto Doppler. La amistad con mujeres más allá de las meras apariencias es muy rara; cualquiera que la haya probado sabrá que media siempre una raya intraspasable de peligro ominente. Si la relación alcanza alguna intensidad, e incluso aunque no, se construye un universo paralelo de posibilidades que nunca va a interferir en la realidad, porque, si lo hace, origina todo tipo de desastres cosmológicos; de ahí que los hombres de uno y otro sexo y las mujeres de uno y otro sexo se suelan evitar como se evitan los planetas en sus órbitas, incurriendo sin embargo en inevitables mareas y mareos; porque, además, acaba apareciendo siempre la cara oscura del astro y en ese tenebroso amanecer resulta invariablemente más fría y muerta que la esplendente. Toda aurora es efímera, porque la vida da giros -"como el mundo es redondo, el mundo rueda", decía el romántico- y lo que antes se vino arriba se viene abajo. Uno puede adoptar la actitud galaica de un Rajoy que no se moja ni en la ducha y andar confortablemente metido en su concha como un molusco bivalvo, o lamelibrianquio y pelecípodo, que decía mi profe de naturales, Pilar Manglano, que Dios guarde y en buen lugar ponga, y atravesar por las mujeres con un corazón íntegro y monocorde a paso de legionario, pero eso también rendirá factura/fractura y yermo de soledad, mustio collado, tras la intensidad de la máxima aproximación del efecto Doppler.

Pero, dejando al margen el excursus, que para eso está, refiero que he leído El Día y, fuera mentiras, venía en sus páginas un estupendo artículo de Macario Polo Usasola, llano y lleno de sentido común. Me tiene mal acostumbrado este ciudarrealeño novelista e informático profesional; todavía no le he pescado ni una sola página vacua o mal escrita... De momento, me conformo con leer todo lo suyo con muchísimo gusto por lo que dice y cómo. Aunque es colaborador, debería hacerse pagar sus columnas, que ayudan a levantar ese templo periodístico. De momento, ahí va un enlace a su blog en el mío.

Esta noche he soñado con fábulas. Debo estar mochales, porque trabajo hasta en sueños; supongo que debe ser propio de escritores eso de poner a currar a los sueños y estrujar sus nubes para sacar la lluvia concreta de la escritura, pero eso hace que te levantes fatigado para tener que ir a dar el cayo en otra cosa. Triste condición la nuestra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario