jueves, 9 de diciembre de 2010

Eisenberg y la libertad

Rehago el título del gran libro de crítica cervantina de Luis Rosales por un motivo concreto. Me ha escrito dos cartas más el gran cervantista desde la cárcel estadounidense donde se encuentra, y me deprimo. Mucho. Nunca le he preguntado por qué está ahí, ni lo haré; dice que jamás ha hecho daño a nadie y yo lo creo, pero la cuestión me importa bien poco; me limito a corregir el estilo de las magníficas cartas que me envía desde el trullo, o saco, como le llaman aquí también los que tocan el piano; me llegan con cierto retraso y yo temo abrirlas, porque me siento muy mal cuando las leo. Y eso que rebosan humor. Se nota que es una defensa, la única que queda cuando no queda otra cosa. No me extraña que la literatura española, donde queda tan poca España, tenga ese rasgo por sobresaliente. Es muy cómodo ignorar a la gente que sufre, pero el sufrimiento está ahí, justo en ese ángulo oscuro donde no miramos. Qué terrible es la falta de libertad para cualquier ser humano; Cervantes lo sabía bien. Al leerlo me siento sin aire, lo que es peor, porque el aire es la vida; me doy cuenta de que todo encierro es un entierro: el de uno en la caja donde se asfixia, como en Buried; me doy cuenta de la suerte que tenemos y de lo mucho que podemos no hacer por gente como él. De momento, corregiré sus cartas y le escribiré a él y a sus amigos españoles para que escriban a su vez al juez que va a revisar su caso. Eso haré. Todos los verdaderos cervantistas lo haremos.

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