domingo, 23 de enero de 2011

El no aniversario de Céline

Este año se celebra una fiesta de no aniversario. Hace cincuenta años que murió (o no) Louis Ferdinand Destouches, más conocido por su pseudónimo o pen name Louis Ferdinand Céline. Lo he leído y disfrutado mucho. Es el escritor francés más influyente y traducido desde Marcel Poust, pero es un cabrón antisemita. Por eso, tras pensarlo mucho, el cincuentenario no se celebrará en Francia, aunque se le leerá y estudiará como un espécimen raro y valioso, por su valor literario y humano intrínseco, que es mucho. Hay una enorme desesperación y tristeza, pero también sinceridad en la escritura de Viaje al confín de la noche, su obra mayor, una de las tres o cuatro que quedan de Francia en el siglo XX, junto a En busca del tiempo perdido de Proust, La peste de Camus y La vida instrucciones de uso de Pérec. Todavía recuerdo con pesar cuando me topé con una primera edición de la obra, en las tiendas de bouquinistes a la ribera del Sena, lastimosamente cara; para comprarla hubiera tenido que hacer penitencia el resto de la semana que iba a estar en París y resolví dejarlo para otra vez que ya nunca más volvió. Tengo además algún que otro autor preferido, pero son esos cuatro lo que decanta hoy el tiempo. En Céline hay un lenguaje ora sorbido directamente de la calle, una misantropía feroz y una conciencia humana desesperada y pacifista intentando sobrevivir a sus congéneres. No en vano era un médico especialista en higiene, como Baroja; pero lo que le falta a Baroja de experiencia vital le sobra a Céline, quien padeció en persona el suelo podrido de las trincheras, la malaria en el negro corazón de África, la soledad desnortada entre las masas de Estados Unidos, la felonía en la Francia de Vichy. Él lo fue todo: héroe de guerra y traidor colaboracionista. Es lo que Dostoievski no se atrevió a ser, su otra cara: un nihilista completo, pero también un genio de la escritura.

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