Fray Antonio de Guevara, Epístolas familiares, XX:
Si Plutarco no nos engaña, en la cámara de Dionisio siracusano ninguno entraba; en la librería de Lúculo ninguno se asentaba; Marco Aurelio la llave de su estudio aun de su Faustina no fiaba; y á la verdad ellos tenían razon; porque cosas hay de tal calidad, que no sólo no se han de dejar tratar, mas aun ni mirar. Esquines el filósofo decía que, por amicísimo que fuese uno de otro, no le habia de mostrar todo lo que habia en casa, ni comunicarle todo lo que el corazón piensa, diciendo que el hombre no es más suyo de lo que tiene en sí mismo secreto. Grandes dias há que yo encomendé á la memoria aquella sentencia del divino Platón á do dice que á quien descubrimos el secreto, damos la libertad.
Digo esto, señor, porque si yo no metiera á vuestro secretario en mi estudio, ni él fuera parlero , ni V. S. importuno. Decisme, señor, que os dijo haber visto en mi librería un banco de libros viejos, dellos góticos, dellos latinos, dellos mozárabes, dellos caldeos, dellos arábigos, y que acordó hurtarme uno, el cual hacia mucho á vuestro propósito. En lo que él os dijo, él os dijo verdad, y en lo que hizo, él me hizo muy grande ruindad; porque entre hombres doctos, las burlas entiéndense hasta decirse palabras, mas no hasta hurtarse escrituras. Como yo, señor, no tengo otra hacienda que granjear, ni otros pasatiempos en que me recrear, sino en los libros que he procurado, y aun de diversos reinos buscado, creedme una cosa, y es que llegarme á los libros es sacarme los ojos. De mi natural condicion siempre fui enemigo de opiniones nuevas y muy amigo de libros viejos; porque, si dice Salomón quod in antiqui est sapientia, para mí yo no pienso que la sabiduría está en los hombres canos, sino en los libros viejos. El buen rey D. Alonso, que tomó a Nápoles, decía que todo era burla sino leña seca para quemar, caballo viejo para cabalgar, vino añejo para beber, amigos ancianos para conversar y libros viejos para leer. Los libros viejos tienen muchas ventajas á los nuevos, es á saber : que hablan verdad, tienen gravedad y muestran autoridad; de lo cual se sigue que los podemos leer sin escrúpulo y alegar sin vergüenza. Es pues el caso que en el año 1522, pasando yo por la villa de Zafra, me allegué á la tienda de un librero, el cual estaba deshojando un libro viejo, de pargamino, para encuadernar otro libro nuevo; y como conocí que el libro era mejor para leer que no para encuadernar, dile por él ocho reales, y aun diérale ocho ducados. Ya, señor, sabéis cómo era el libro de los fueros de Badajoz que hizo el rey D. Alonso el Onceno, príncipe que fue muy valeroso y no poco sabio. Este libro es el que vuestro secretario me hurtó y el que allá os llevó, y hame placido mucho que le hayáis visto y no le hayáis entendido de manera que, si me le tornáis, no es porque le habéis gana de restituir, sino porque os le haya de declarar. Algunos fueros hay escritos en tan breves palabras y con tan escuras razones que apenas se saben leer, cuanto más entender, porque se ha limado y pulido tanto la lengua española y es tan diferente el hablar de entonces al hablar de agora que parece haberse mudado el lenguaje como se muda el traje.
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