domingo, 6 de marzo de 2011

Consideración de fondo sobre la cosa pública

Cada vez está más claro que toda reforma social debe empezar en lo ciudadano más que en lo político. En griego ciudadano y político son la misma cosa, pero en la realidad actual son dos cosas tan diferentes como el agua y el aceite (y sin posibilidad de gazpacho): el ciudadano no está institucionalizado, ni sometido a otra normativa que su propia iniciativa y la de sus semejantes. Empezar con lo ciudadano para "terminar" con lo político es esencial. Ese mismo principio alimentó el Krausismo y la ILE en sus primeros tiempos: desvincularse de toda asociación con el poder y sus estructuras, y fue precisamente el abandono de este principio el que lo corrompió a principios del XX haciéndolo entrar en ideologías y en política, con el detestable resultado de una guerra ideológica previa a la guerra fraticida real consecuente. No se puede contar con el poder, ni con sus superestructuras, religiones, cofradías, palancas, torcedores e ideologías para cambiar las cosas. No si realmente se quiere mejorar algo. No se debe asumir ni usar su lenguaje. El aceite es menos denso que el agua; pero el agua es más abundante, se puede congelar y endurecer y entonces flota. Este es un principio fundamentalmente ecologista: no pactar con el poder a ningún precio, sino con lo que todos los ciudadanos tienen en común como individuos. Renegar de toda ideología y asumir todo problema en sus raíces y resoluciones, o tomar el rábano por el tronco. Si Don Quijote fuera más de uno, sería de temer. Ese fue su error: ser un solitario. La transversalidad del pensamiento verde y su reniego de toda concentración individual de poder es esencial para una nueva forma de hacer ciudadanía, que no política. De hacer ética. Porque toda política o es ética o no es nada.

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