Cada vez está más claro que toda reforma social debe empezar en lo ciudadano más que en lo político. En griego ciudadano y político son la misma cosa, pero en la realidad actual son dos cosas tan diferentes como el agua y el aceite (y sin posibilidad de gazpacho): el ciudadano no está institucionalizado, ni sometido a otra normativa que su propia iniciativa y la de sus semejantes. Empezar con lo ciudadano para "terminar" con lo político es esencial. Ese mismo principio alimentó el Krausismo y la ILE en sus primeros tiempos: desvincularse de toda asociación con el poder y sus estructuras, y fue precisamente el abandono de este principio el que lo corrompió a principios del XX haciéndolo entrar en ideologías y en política, con el detestable resultado de una guerra ideológica previa a la guerra fraticida real consecuente. No se puede contar con el poder, ni con sus superestructuras, religiones, cofradías, palancas, torcedores e ideologías para cambiar las cosas. No si realmente se quiere mejorar algo. No se debe asumir ni usar su lenguaje. El aceite es menos denso que el agua; pero el agua es más abundante, se puede congelar y endurecer y entonces flota. Este es un principio fundamentalmente ecologista: no pactar con el poder a ningún precio, sino con lo que todos los ciudadanos tienen en común como individuos. Renegar de toda ideología y asumir todo problema en sus raíces y resoluciones, o tomar el rábano por el tronco. Si Don Quijote fuera más de uno, sería de temer. Ese fue su error: ser un solitario. La transversalidad del pensamiento verde y su reniego de toda concentración individual de poder es esencial para una nueva forma de hacer ciudadanía, que no política. De hacer ética. Porque toda política o es ética o no es nada.
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