Dice Preston, que es inglés, que en la España civil (que no roja) se fusiló tres veces menos que en la rebelde España militar. Si lo dice un extranjero hispanista, será mucho más cierto que lo que pueda decir un español, aunque hay que desconfiar un poco de Preston porque la Guerra civil es también un gran negocio editorial del que sacan tajada no pocos historiadores y escritores.
En Ciudad Real también hubo apologetas de la masacre, como el canónigo Mugueta, autor de un Nosotros y ellos. El caso es que militares y curas, uniformados y coaligados ambos, como en el XIX Altar y Trono, se alzaron contra el pueblo (por lo general es el pueblo el que se suele alzar, curiosa manipulación del lenguaje) y lo masacraron, de forma que el pueblo respondió con otra masacre, que no fue la primera, por cierto. Tendría sentido hablar de reconciliación (aunque siempre tiene sentido esta palabra) cuando dos han sufrido por igual o casi igual, pero, si eso no fiera así (y para Preston no es así), tiene sentido hablar de injusticia, crimen, castigo y retribución, lo que algunos, incluidos los que andan royéndole los zancajos a Garzón, se empeñan en no ver, no notar, no palpar y sobre todo no oler, como ocurre con esos cadáveres que todavía aguardan fosa individual. El estudioso manchego de estas matanzas a la serbia, Francisco Alía, por lo que sé, se limitó a contar y no pasó a más, seguramente por lo espinoso del tema; su libro lo leyó con avaricia mi padre, que me contó cosas de estas. Por cierto que estoy investigando a los dominicos de Almagro, asesinados en una purga a comienzos de la Guerra Civil. Quizá os cuente algo de lo que averigüe; de momento estoy esperando dos libros viejos que hablan sobre el tema, pero tengo que esperarlos, porque mi presupuesto no me da para comprarlos este mes.
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