lunes, 21 de marzo de 2011

De esto y de aquello

Miro acá y acullá. El escritor Sergi Pamiès elogia mi blog de retórica y lo recomienda a sus seguidores; lo mismo hace un tal Juan Zapato, que lo copia íntegro en el suyo, como hizo también hace tiempo una venezolana. ¿Les cobro algo? Debería, ya que me propusieron hace tiempo editarlo en libro y, por desgana o cansancio, lo he ido dejando. Lo escribí sólo como distracción y pasatiempo, y va a ser lo más solicitado de cuanto he escrito.

Pienso que los jóvenes necesitan esperanza, creer en algo o en alguien, tener padres en el sentido tradicional del término: amarres para no flotar a la deriva en un mundo tan cambiante que a ellos, también, los zozobra. ¡Si supieran que es su mirada de confianza lo que nos ancla también a nosotros! Están aterrorizados por toda la gama de caretas y estandartes que ven en el carnaval que ellos mismos se han inventado. Necesitan eso, una seguridad, una estabilidad, un asidero. Pero lo peligroso es que se refugian en el nihilismo: buscan a quienes han perdido ya el respeto al miedo.

Y sin embargo uno, cuanto más viejo se hace, menos importancia da a las cosas y más se deja llevar por el tráfago bestial de la vida. Se puede ser del Capitán Trueno o del Guerrero del Antifaz; incluso del Jabato, pero yo, después de haber sido de la orientación Goliath dentro del tripartito del Capitán Trueno, me siento ya Crispín e incluso me adhiero a la causa multiforme de Mortadelo.


Escribe Daniel Eisenberg en sus cartas desde la cárcel, cuyo estilo estoy corrigiendo, que a nadie le pagan por investigar en lo que desea. Según él, un investigador es como un actor porno: a nadie deberían pagarle por hacer lo que le gusta, ya que tantos lo están deseando hacer.


He visto El rito con mi mujer y mi hija mayor. De la película me quedo con la interpretación de los gatos, que es sublime. Se le notan las recetas y las citas: hay encuadres que son opulentos en ese sentido: Gavras, DerricksonFriedkin... Incluso alusiones pictóricas a Caspar David Friedrich, entre otros. Por cierto que el demonio trata de tú a tú al sacerdote escéptico: "De mentiroso a mentiroso". Allí ha pillado el talón de Aquiles al Escepticismo: no dice la verdad. Tampoco dice mentiras, pero en el fondo no decir la verdad es lo mismo que mentir. Se trata de las famosas medias verdades. Sabemos que el Demonio es un sutil teólogo, como repite el mismo padre Amorth.

Mi lora me saluda siempre que me ve. Dice: "Hola". Sabedor de que lo que quiere es en realidad un trozo de galleta, se lo doy y le abro la persiana, para que vea bien, junto al resto de los pájaros, que me conocen y no se espantan. De hecho, se toman demasiadas confianzas; cuando estoy tumbado en el sofá, dos ninfas vuelan y se me posan encima, me picotean las barbas y me piden que les pase el dedo por la cabeza. Ellas corresponden cagándose obsequiosamente sobre mis camisas y mi cuero cabelludo. Parezco un san Francisco predicando a los pájaros. El más remiso es un gorrión rescatado de la calle, que lleva en los genes la desconfianza hacia los hombres. Los demás me ven como quien ve llover y me pían sólo cuando quieren que abra las ventanas. A veces se bañan en mis narices, en la cubeta que tenemos para su aseo personal. Lo llenan todo de plumones, de cañamones y de granos de alpiste. De noche, sacamos a la lora para que eche un vuelo, que termina invariablemente posada sobre una repisa o una cortina. Después ve una película con nosotros, posado sobre algún hombro o alguna rodilla. Todavía es muy jovencita para dominar el aterrizaje. Yo le tengo prevención, porque ha cogido aprecio a mis orejas y labios y me quiere hacer un piercing. El pico de los loros es tan fuerte como unos alicates, y puede hacer verdadera pupa. Sabemos que nos quiere, pero el instinto a veces le puede y los actos reflejos no hay quien los pare.

El repertorio de mi lora es amplio. Se conoce los nombres de todos los que forman mi familia. De mí es corriente que reproduzca un suspiro. De mis hijas, los cariñitos y gazmoñerías que le hacen; de mi suegra, las llamadas a comer, las órdenes de apagar la luz. También reproduce fielmente los sonidos del teléfono, del portero automático, los silbidos, la música, frases sueltas, sobre todo las fáticas, todo. Suele soltar su repertorio para distraerse después de comer.

Hoy siento un sueño invencible, que podría confundirse con una depresión (quizá lo es). Comienza la primavera; por lo general esta estación hace estragos en la gente que tiene los neurotransmisores alterados. Debe ser eso. Yo me encuentro bien la mayor parte del tiempo, gracias a Dios. He perdido cinco kilos, la ropa me sienta mejor y me siento en un cuerpo nuevo. Que eso siga mejorando.


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