domingo, 17 de abril de 2011

Cómo veían los Paganos a los Cristianos.

Sabemos que los hebreos consideraban a Cristo una especie de mago. Para Luciano de Samosata era un embaucador al estilo de los que engañaban con distintos refritos pitagóricos. ¿Y para los paganos? Todo el munco conoce más o menos cómo el emperador Juliano el Apóstata se horrorizaba de un mundo "que se había vuelto gris con el aliento del pálido galileo", como cantaba Swinburne, y no pudo frenar las cosas. La fuente de la profecía se había secado en Delfos: era el signo imparable de los tiempos. Ahora bien, podemos percibir todavía lo que sentían peligrar en las palabras que se nos han conservado de aquellos pocos paganos que quisieron resistir al Edicto de Tesalónica del año 380 en que se prohibió el politeísmo pagano, no sólo en los más o menos afectos al círculo de Símaco. Tenemos la Historia nueva de Zósimo, el Discurso verdadero contra los cristianos de Celso, traducido e impreso hace unos años con cientos de erratas, la crónica de Amiano Marcelino y el itinerario de Rutilio Namaciano y sus tropezones con los cristianos. 


Extraigo de la red (Celtiberia.net) algunos textos del poeta y funcionario imperial Rutilio Namaciano, que vivió entre los siglos IV y V d.C.  y escribió un diario en hexámetros, De reditu suo, en plena invasión bárbara, que narra su viaje marítimo bordeando la península Itálica desde Roma a su Galia natal. Tenía a los cristianos y a los judíos por los verdaderos causantes de la ruina del Imperio y más aún que Nerón les echaba a ellos y a su iglesia la culpa de las invasiones bárbaras y los desequilibrios sociales del imperio, añorando el gobierno de la Roma pagana. En Falesia se encuentra a un posadero judío, y despotrica así:





“...nos paseamos por un bosque: nos seducen unos estanques deliciosos de aguas bien cercadas. La espaciosa extensión del agua allí encerrada permite que los peces retocen juguetones por entre los viveros. Pero el posadero, más cruel que Antífates con sus huéspedes, nos hizo pagar caro el reposo de este ameno paraje. Y en efecto, regentaba este lugar un judío quejumbroso, animal incompatible con el alimento humano (alude a la abstinencia de carne de cerdo y al tabú del cerdo por parte de los judíos) . Nos cobra por haber zarandeado unos arbustos y pisado unas algas y se pone a gritar que hemos derramado agua causándole graves prejuicios. Devolvemos los insultos apropiados a esta raza sucia que se recorta desvergonzadamente el prepucio, origen de insensateces (se refiere al origen judío de la “insensatez “ cristiana) , y que tan dentro del corazón lleva esos fríos sábados (la fiesta judía del sabat, celebrada los sábados) , pero su corazón es aún más frío que su religión. Uno de cada siete días se condenan a un vergonzoso letargo como afeminado retrato de su dios cansado (¡según los judíos y cristianos su dios descansó agotado al séptimo día tras crear el mundo!). Los restantes disparates de esta cuerda de esclavos mentirosos opino que ni un chiquillo puede creérselos. ¡Ojalá Judea no hubiera sido nunca sometida por las armas de Pompeyo y el mando supremo de Tito!, pues el contagio de esta peste, aunque se estirpe, se expande más y más, y así una nación vencida envenena a sus vencedores.”



Continúa el viaje y, tras contar varias anécdotas, cerca de la isla toscana de Capraria da cuenta de una comunidad de monjes cristianos recluidos en aquella isla toscana y deja lugar a su opinión sobre el monacato:





“Navegamos a lo largo de la costa y he aquí que surge delante de nosotros Capraria. La isla está llena, rebosa de esos hombres que huyen de la luz. Se llaman a sí mismos “monjes”, sobrenombre que viene del griego, porque quieren vivir solos y sin testigos. Recelan de los dones de la fortuna, pues temen sus reveses. ¿Se puede hacer uno voluntariamente desgraciado por temor a llegar a serlo? ¿Qué locura es la de estos cerebros desquiciados? ¡Porque temen los males de la vida no saben aceptar los bienes! ¿Se trata de reclusos que buscan un refugio donde expiar sus acciones? ¿O hay que suponer que negra bilis llena su triste corazón?. Así, Homero atribuyó a una enfermiza demasía de bilis las angustias de Belerofonte (compara la bilis negra de los monjes con la de Belorofonte de los textos homéricos porque también aquel, como los monjes, incurrió en el odio a los Dioses) . Dícese, en efecto, que al caer herido este joven tras las acometidas de un dolor brutal, sintió aversión por el género humano."

En otro momento del viaje alude a un joven, de noble familia que habiendo sido seducido por el Cristianismo se había enterrado vivo en una isla cercana a Córcega llevando una vida solitaria y antisocial:

“...recuerdo una reciente desgracia: aquí se frustró sepultándose en vida un conciudadano nuestro, pues nuestro era hasta hace poco ( es decir , aún era pagano) ese joven de ilustres antepasados, en nada inferior a ellos en hacienda o en matrimonio, quien impelido por las Furias abandonó hombres y tierras y vive la superstición (el Cristianismo), desterrado en vil escondrijo. Cree el infeliz que las divinidades celestiales se alimentan de su inmundicia y así mismo se tortura con mayor crueldad de lo que lo harían los dioses ofendidos. ¿Acaso no es peor, pregunto yo, esta secta que los venenos de Circe?. En aquel entonces se transformaban los cuerpos , ahora las almas.”


Zósimo se muestra más inteligente en su Historia nueva a la hora de combatir el Cristianismo, de lo que ya da indicio la casi universal enemiga que le tenían los historiadores cristianos; que se apercibían de la pólvora que llevaban sus renglones da cuenta que sólo haya subsistido un ejemplar de la misma salvado de la Antigüedad, aun así estragado por un lagunón formidable en la época de Diocleciano, que fue quizá el emperador que más persiguió a los cristianos. El escribe que la fecha de la conversión de Constantino fue muy posterior a la que afirmaban los historiadores cristianos, y que estuvo motivada por el hecho de que buscara perdón por el asesinato de su hijo Crispo y de su mujer Fausta, lo cual no le daba ninguna confesión pagana, sino sólo la Cristiana, en la persona de un egipcio cristiano que venía de Hispania, probablemente Osio de Córdoba. Esta especie de justificación psicológica de la conversión de Constantino parece muy plausible.


Celso hacía a Cristo descendiente de un soldado romano llamado Pandera y jugaba con anagramas para justificarlo. Plinio el Joven se escribió con Trajano, que se mostró partidario de ser moderado con los cristianos más templados y menos fanáticos. Por supuesto, no voy a hablar aquí de la falsificación de la Donación de Constantino y de las demás supercherías en que se asienta el papado del obispo de Roma, conocido como Papa por los católicos, y en realidad uno más entre los muchos cristianos que somos.






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