Un cuento tradicional arreglado a los tiempos modernos por menda. Por cierto que este tonto del pueblo me recuerda a Nick Corey, el protagonista de 1280 almas, de Jim Thompson.
Se cuenta que, en un poblado del interior del Brasil, un grupo de personas se divertía con el tonto del pueblo, llamado Lázaro. Era un pobre infeliz, de poca sal en la mollera, que vivía de pequeñas chapuzas y recados y vestía mal, casi como un pordiosero. Siempre traía una cara de despiste descomunal. Diariamente los muchachos y hasta los hombres de las tabernas llamaban al tonto al bar donde se reunían y le ofrecían escoger entre dos monedas: una grande de cuatrocientos reales y otra más pequeña de dos mil. El tonto siempre escogía la mayor y menos valiosa, lo que era motivo de risas y chanzas para todos.
Cierto día, uno de los miembros del grupo le llamó y le preguntó si todavía no había notado que la moneda mayor valía menos.
- Usted es una buena persona, así que se lo voy a decir. Claro que lo sé; yo soy tonto, pero no tan imbécil. La grande vale cinco veces menos, pero el día que elija la otra el jueguito se acabará y no se volverá a repetir, de forma que no ganaría una vez y otra mi moneda. Y le ruego que no lo cuente, por favor -y guiñó un ojo, dicho lo cual, añadió el tonto, que sabía latín: "Stultorum infinitus est numerus"; es un placer para un hombre que se sabe tonto aparentar que no se sabe tonto delante de un tonto que se sabe listo -.
Y desapareció entre las sombras.
Y desapareció entre las sombras.
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