Este blog me ayuda a quitarme de encima la paralizante y fútil creatividad, esa que nos obliga a mirar bobamente el infinito del paisaje cuando salimos de casa o al pozo de nosotros mismos cuando estamos en ella, o las voces que oímos continuamente en la imaginación. Las llamo voces, pero también pueden llamarse pensamientos, preocupaciones, emociones o impermanencias; son, en todo caso, un flujo o circulación temporal, una memoria ram que bloquea nuestro verdadero yo o memoria profunda y sólo admite el exorcismo de una voz escrita. Porque escribir muta el caos en orden, obliga a un sin fin de metamorfosis como las de Ovidio, teje unos hilos dispersos o los desteje, como Penélope. Es un magma inconcreto que debe solidificarse para que no queme ni sepulte la Pompeya de nuestro yo.
Liberarse de esta maldición no es fácil, pero con el tiempo uno llega a descubrir algunas formas de exonerarse de ella, la escritura entre otras; la última me ha llegado gracias al budismo; consiste en sentarse, relajarse y mirar fijamente un objeto sólo, pequeño y cercano, hasta que lo aprendemos de memoria. Esta forma de meditación, imperfecta, pero valiosa para empezar, ayuda a concentrar y retener todas las dispersiones e impermanencias en la jaula de un yo, aunque esta sombra sea ilusoria y dure apenas unos pocos días hasta que empiece a dispersarse (liberarse diría un engañado) otra vez, porque es un ejercicio que debe repetirse para evitar deshacerse como una nube que cambia demasiado de forma, como la impropia imaginación.
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