Escribe Propercio I, xix, 12, que traicit et fati litora magnus amor, literalmente que "incluso las riberas del fin traspasa un gran amor", esto es, un niño grande y con flecha como Amor, o Cupido. "Nadar sabe mi llama l'agua fría", que decía el muy Protesilao de Quevedo, en su soneto sobre las cenizas entendidas, concluso como advirtió Borges con otra properciada perteneciente al mismo poema. "Es penoso hablar a la ceniza", escribió antes Catulo.
No sé; cuando yo me casé -ya sé que al ilustre cojo "eso de casamientos, a los bobos"- me hicieron prometer que estaría casado "hasta que la muerte nos separe". Hum... ¿Y después? ¿No creemos los católicos en la vida después de la muerte? ¿Es que podemos creer en eso, e incluso en otros dogmas discutibles, pero no en un matrimonio perpetuo? ¿La Parca decreta divorcio? Son muy cucos estos teólogos, que se evitan juzgar el problemita de la bigamia ultraterrena más allá de la muerte, si uno hubiere tenido esposas legítimas que ya no estuviesen entre nosotros.
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