sábado, 21 de mayo de 2011
Votar o potar, otra vez el dilema de Guillermo Tell
¿Para qué narices jornada de reflexión si los políticos no reflexionan ni siquiera sobre la #spanishrevolution, salvo si les reporta algo de propio beneficio, por ejemplo el voto que siempre acude manso a las urnas? Mi mujer insiste en que deje de una vez mi sañuda costumbre de abstenerme y vote con cuidado de no echar la pota. Los que menos asco dan son los verdes Heidi, ya que el único régimen que me va es un cantonalismo follonero y retrógrado estilo I República, con krausistas y neos incluidos. En caso de duda, un friki puede asesorarse con otros perroflautas como el escritor de ficción científica Robert Heinlein: "Mire usted qué hace el primer estúpido que vea y vote exactamente lo contrario". Quisiera hacerle caso, pero el problema es que me siento completamente estúpido votando; me da mucha vergüenza y rubor, siento como si estuviera en pelotas y me estuvieran toqueteando los derechos más íntimos. Y no soy yo solo: las plazas de España están llenas de gente que piensa lo mismo. Esta pseudodemocracia es la dictadura perfecta: sustituir a un tirano por otro, más o menos igual, con lo que nunca deja de haber tiranía, partitocracia, listas cerradas, corruptos, periodistas y banqueros en la gloria y demás. Los políticos españoles no confían en los ciudadanos, y se entiende, ya que ciudadano en griego se traduce "político". Yo quisiera votar a una persona con la que me pudiera cruzar en la calle y a cuyo timbre pudiera tocar, como hacen en Suiza, donde no reconocen otra autoridad que la que puedan ver en efigie completa, no cortados por la mitad para un cartel, página, pantalla o bandera, que tanto da, en carne y hueso, y no un sombrero o chaqueta en representación suya, como el sombrero alzado sobre un alto poste de Gessler. En Suiza saben que el mejor representante de cada uno es uno mismo o cuanto más tu amigo y convecino y no reconocen otra autoridad en el rebaño que el cantón, o sea, lo que llamaríamos más o menos comarca o, más inexactamente, ciudad. Es que eso de los rebaños está allí muy adecuadamente legislado, porque aman a las vacas y a los corderos casi tanto como los hindúes, y las vacas y los corderos no declaran la guerra a nadie. Pero no tenemos la suerte de pensar de la misma manera que Guillermo Tell y nos comerán los lobos. Cómo se nota que en la Guerra Civil suiza del siglo XIX sólo murieron doce personas.
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