He visto tres películas poco comerciales, pero que me han gustado, y no poco; de ellas, dos las vi la semana pasada, casi por pura casualidad: El violín rojo de François Girard, y Retrato de una obsesión, en título original Fur: an imaginary portrait of Diane Arbus, de un tal Steven Shainberg que, al parecer es un gran lector y adaptador de novelas decimonónicas, aunque en esta ocasión opta por hacer una versión libre de una biografía de la famosa fotógrafa de freaks Diane Arbus. Este tipo de películas me recuerda a Fotografiando hadas, de Nick Willing, que también presume de esa rara virtud: estar llena de imaginación. Porque, aunque las agrupo por esa característica, son radicalmente diferentes entre sí y lo único que tienen en común es un exasperado sentido del Romanticismo, de búsqueda de lo absoluto; en el primer caso lo absoluto es un objeto enigmático que representa el arte; en el segundo, una persona enigmática signo de toda singularidad; en el último, un mito o leyenda misteriosa.
El violín rojo está hablado en cinco idiomas distintos, desde el mandarín al italiano, alemán, inglés y francés; no voy a revelar el poético misterio final, sólo mencionar que la película transcurre en cinco momentos diferentes y conmovedores en la historia del objeto, con una estructura parecida a la de El escarabajo de Manuel Mújica Laínez; la banda sonora es irrepetible. En la segunda, Nicole Kidman demuestra que es una buena actriz además de una actriz buena, porque le he visto registros más allá de lo que creía podía alcanzar. Su piloso coprotagonista se muestra también eminente y el guion, bordeando siempre el filo de la navaja, se salva con una estructura tan hábil en sus elipsis y una cinematografía tan solvente que uno termina como metido dentro del cuadro. Y eso que el personaje real, la suicida Arbus, una especie de desecho vomitado por la sociedad ham-burguesa americana, era en realidad mucho más fascinante de lo muchísimo que aparece aquí; es evidente que su foto de las siamesas inspiró las gemelas de El resplandor, de Kubrick, pues este también judío fue fotógrafo antes que cineasta-fraile. Fotografiando hadas da el paso que las anteriores no se atreven a dar: es puro realismo mágico, se instala en el misterio y ya no es posible salir de él sino con la cabeza al revés. La película se entenderá mejor si se lee previamente La comunidad secreta (1691), del reverendo demonólogo escocés Robert Kirk (1644-1692), párroco de Aberfoyle desaparecido en extrañas circunstancias; ha sido traducido por Siruela.
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