Gratifica saber que tengo lectores habituales, unos doce, quizá incluso unos veinte. El blogger tiene un contador, pero la mayoría son lurkers; se asoman y no escriben nada, no quieren o no saben cómo; otros me imagino son bots, esto es, programas servomáticos o indexadores que catalogan las páginas para diversas memorias flotantes en repetidores de servicios de búsqueda como el pagerank de Google, el programa de Yahoo etcétera. No pocos son familiares, amigos y conocidos míos; muchos, interesados en las materias que yo mismo, profesores y demás. También curiosos que han llegado por casualidad y se han quedado porque han encontrado alguna afinidad placentera. Como dice el lema, a todos está abierto este lugar, porque la compañía siempre es grata y una de las cosas menos gratas de la muerte es la soledad, si es que la soledad no es la muerte. Incluso ese fondo de gente muda acompaña al hacer menos monótono el horizonte, al poner puntos de referencia en el paisaje que sirvan para calcular sus proporciones y distancias. Eso tiene ser leído: el que lee y el leído se sienten menos solos, por más que la autoficción nos haga crear un narratario modelo al que se escribe, un espejo que tenga la forma más o menos divina de alguien que te escucha y te ve, suponiendo que tenga orejas y ojeras, y no sean de piedra o madera, como las de templos y museos, o de papel, como en los libros.
Además de redvistas leo liblogs como el del padre (sin hijos) Fortea, pese a lo carca, goloso y quisquilla que es; el muy disciplinado sermonea electrónicamente cada día en un post, no más, le salga bien o mal, y a veces comparte las anécdotas de lo que le ocurre; como uno tiene la ilusión de haber podido ser en otra vida cura, como fue liberal del siglo XIX, piloto de dirigibles y lavandera del Manzanares, se entretiene compartiendo los pequeños detallitos de una vida que consiste en consumir varias veces al día vino sagrado de vidorra. Ese ritmo regular y acompasado de cura de un post o entrega al día vame mal: a veces escribo seis o más, otras nada. Acostumbro a tomar notas mentales por la calle "esto se diría bien así en mi blog" o "quedaría divertido", pero luego la mente se impone de tareas cotidianas, se borra la pizarra y las notas vanse al carajo, como la memoria ramera de un ordenador con apagón.
También hay visitantes malignos: bots o servoprogramas de relleno, desperdicio o spam, que me llenan el buzón de basura electrónica; a estos los calo/cuelo de inmediato. Buscan como pirañas algunas palabras tipo, porque se concentran en las mismas entradas. Cuando te atrapan, no te olvidan nunca. Tienen tus datos inscritos en alguna memoria vendida por algún judas a algún publhideputa. Por eso no suelo introducir mis datos en esos cuestionarios-coñazo que luego venden a agencias de publicidad para hacer perfiles de consumistas, o, si los introduzco, están conscientemente equivocados para dar una imagen de trotskista amargado, de cura tridentino, de ludita analfabeto o de sidoso subsahariano negrata en paro, para evitar que me vengan con monsergas... aunque seguro que hay quien, pese a todo, vendrá a venderme una novia rusa o un curso de Economía maoísta en coreano, o quien querrá venderme biblias y medallitas antiguas, estampitas, rosarios y demás santas cadenas por correo electrónico, quien me traerá a buen precio y cotrarreembolso manuales de guerrilla urbana en lengua de signos o explosivos ecológicos y quien me ofrecerá en árabe una patera y un viaje a Europa a cambio de que le venda un riñón o mi culo para labores nefandas. Y es que podría haber, y de hecho hay y me consta, gente mala y aun malísima y hasta peor que pésima; en esto de la gente la experiencia me dicta que hay un sesenta por ciento de gente que se convence con emociones, un treinta por ciento que se convence con razones y un diez por ciento que se convence a puñetazos, golpes y bofetadas. No es exactamente la ecuación de Wilfredo Pareto, aunque se le aproxima, pero a mí me vale para marchar por la vida, por los institutos y por las asociaciones de vecinos con precaución y sin hacerme excesivas ilusiones. Como ya escribí, creo que en cada uno domina una de esas tres clases; en mí es la segunda, luego la primera y siento decir que también tengo algo de la tercera, a la que sólo me llego cuando vulgarmente te dicen que te están "tocando los c***". También hay gente a la que le falta alguna; aquellos en que domina la tercera esto ha sido porque les ha faltado la primera en su infancia y juventud o la segunda en su edad adulta.
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